martes, 26 de junio de 2018

DAR UNA DIRECCIÓN AL CRECIMIENTO


Recorté el artículo de Mariana Mazzucato en El País de papel del domingo (1) para leerlo despacio en el AVE, en el viaje de regreso a Barcelona.
Lo leí tres veces.
No pretendo explicarlo ce por be. Es muy directo y conciso, muy claro. La idea de partida es la siguiente contradicción, planteada por Dick Nelson. ¿Por qué la ciencia y la tecnología nos han llevado hasta la Luna, y sin embargo no han sido capaces de hacer desaparecer los guetos?
La respuesta es evidente: la ciencia y la tecnología tienen una capacidad prodigiosa para contribuir a una existencia mejor y más satisfactoria, el único requisito para ello es utilizarlas bien.
Aprovechar bien las enormes posibilidades de la ciencia y la tecnología implica una forma particular de trabajar (me remito al respecto a tantos posts anteriores sobre el tema) y asimismo una forma particular de gobernar; y este último es el punto en el que quiero insistir ahora. Los retos globales imponen respuestas globales, los retos concretos imponen una capacidad de respuesta concreta. A eso es a lo que Mazzucato denomina “misiones”.
Una “misión”, dice la autora, es un reto más complejo y más “perverso” que el de llegar a la Luna. La perversión consiste en que los efectos reales se vuelven en contra de las intenciones ideales. Algo emprendido para mejorar la vida de las personas suele acabar por empeorarla (en los grandes números; algunos pasan a acumular más poder y más recursos, en el proceso fallido de mejorar la vida de los otros); la desigualdad se acentúa, el entorno se degrada.
El gobierno de la innovación no puede ser rutinario, ni abandonarse al criterio de los egoísmos privados, ni ser cauteloso, ni delegar la gestión concreta de los procesos en las indicaciones abstractas de los algoritmos. El crecimiento necesita una dirección adecuada y unos criterios. Señala Mazzucato que las misiones deben ser audaces, tener valor social, ser concretas, ser evaluables en términos cuantitativos al final del plazo marcado. También, y la cuestión me parece de la máxima importancia, fomentar (cito textualmente) «colaboraciones entre sectores, entre participantes y entre disciplinas, y que permitan múltiples soluciones distintas y desde la base.»
Un dogma ridículo de la política de campanario exige al político “cumplir el mandato de los electores”. Es ridículo porque implica una confusión inaceptable entre el “proyecto” (el mandato inicial) y el “trayecto” (su realización práctica en el terreno de lo concreto), como si los mandantes, una vez cumplido el trámite de la votación solemne, se retiraran a sus cuarteles de invierno dejando a la clase política mandatada el cuidado del cumplimiento estricto de lo demandado, en los términos escrupulosamente estipulados.
Una “misión”, en los términos definidos por Mazzucato, exige un compromiso mucho más amplio, y una concepción del Estado que no se limita al leviatán informe y sobrehumano, sino que abarca a los segmentos más vivos y movilizados de la sociedad civil. El compromiso llama a una participación que pone en común energías individuales y colectivas (sinergias) de distintos potenciales, pero confluyentes todas ellas. El compromiso nace de una ilusión colectiva, de naturaleza social. El hecho de que las dificultades principales y los posibles efectos “perversos” aparezcan de forma imprevista en el curso de la realización de la misión, solo puede remediarse con un carácter abierto de las propuestas: desde el momento en que todos estamos llamados a participar en la misión, la realización de esta no requiere una solución rígida, única y unívoca, sino que en cada momento crucial se plantean varias soluciones posibles, y estas pueden ser evaluadas y rectificadas «desde la base».
Actuar así supone una revolución, cuando menos en la actitud y en la praxis política. Lo digo de nuevo con las palabras de Mazzucato: «Se trata de conducir el crecimiento económico en una dirección con más sentido.» La expresión “conducir” me gusta en particular: es como seguir las revueltas de una carretera que por momentos parecerá alejarnos de nuestro objetivo final, pero que a la larga nos asegura un acceso más cómodo y práctico a lo que pretendíamos.
"Conducir" con GPS, desde luego. Pero con las manos al volante y con los reflejos suficientes para cambiar de dirección si un obstáculo imprevisto y no detectado por los radares se interpone en nuestra ruta.