El rifirrafe protagonizado
por el president catalán Quim Torra y
el embajador Pedro Morenés, en el curso de una conferencia celebrada en una
institución privada de Washington DC, revive la antigua práctica de los “pasos
honrosos”, en la que destacó literariamente Don Quijote cuando sostenía frente
al mundo entero que Dulcinea del Toboso, su dama, era superior en belleza y
virtudes a cualquiera otra realmente existente o bien ficticia, encumbrada a la
fama por el coro de alabanzas unánimes de los artistas más reputados. Además de
las andanzas del hidalgo manchego, que tuvo una fortuna desigual en su intento,
es muy conocido el paso honroso que sostuvo don Suero de Quiñones en el puente
sobre el río Órbigo, contra decenas de caballeros de todo pelaje, en el año
1434. Eran tiempos en los que aún no se habían inventado los mundiales de
fútbol para dirimir en el campo (estadio) del honor los pujos de supremacismo
de los diferentes pueblos, naciones y tribus desperdigados por la redondez de
la tierra.
Torra planteó en su
parlamento la opresión histórica de Catalunya por parte del Estado, y el
encarcelamiento o el exilio arbitrario actual de los principales adalides de la cosa
patria. Se alzó entonces Morenés para negar las acusaciones, añadiendo la tacha
de mentiroso a quien dijere lo contrario. Se enfadó Torra, que abandonó la sala
cantando El Segadors y seguido por
sus secuaces, que componían más de la mitad de la audiencia de la reunión.
Quiso luego regresar a la liza Torra, para mayor rebomborio de las agencias de
prensa, pero fue detenido por el personal de seguridad, que le informó que en
tanto que provocador de un disturbio tenía negado el acceso a la sala. Se
encrespó el president al replicar que
no había sido él el provocador, antes bien el fementido embajador. Oyéronle los
seguratas como quien escucha el caer de la lluvia, y finalizó así, en
anticlímax, el prodigioso desafío.
Tempestad en un
vaso de agua y nada entre dos platos, me dirán ustedes. De acuerdo, pero no sé
qué ganamos con la imagen de descerebrado que se va ganando a pulso un president traído al centro de la escena
política más o menos como Poncio Pilatos al Credo, y al que muchos veíamos como
una pieza humilde en sí misma, pero potencialmente útil en definitiva, para enfriar
la temperatura y rebajar el volumen de un “suflé catalán” colocado en un horno
a temperaturas muy altas.
No está todo
perdido aún, pero nos tiemblan las carnes, igual que nos ocurre en el caso de
la Roja, al comprobar que hasta la fecha ninguno de los mecanismos previstos para
garantizar el buen orden del equipo funciona, que la afición eleva de día en
día el diapasón de su fervor tocando el bombo cada vez con más fuerza, y que solo
estamos aún en los octavos de final de la larga y empinada cuesta.