Manuel Queiroz,
míster portugués de la escuela resultadista de Mourinho, que entrena a la
selección de Irán, estimó ayer noche que el resultado más justo en el partido
contra España habría sido un empate. La razón principal para tal afirmación es,
calculo, que su equipo estuvo a punto de conseguirlo después de un lanzamiento
de falta en el que el delantero que acabó rematando a la red se había colocado
en fuera de juego. El VAR lo denunció, y Queiroz entonó una elegía con
estrambote a los tiempos de antaño, cuando no existía el VAR.
El gol de España que
decidió el resultado no fue mucho más allá en limpieza de ejecución, si bien tuvo
la indudable cualidad de ser legítimo. Un defensa iraní quiso despejar el balón
muy cerca de su portería, y el balón rebotó en el tobillo del delantero que le
achuchaba y se coló entre los tres palos.
El resto del tiempo
se consumió en un ataque parsimonioso de los españoles y una defensa a empujones de
los iraníes. La posesión estuvo en un 80-20. Hubo una voltereta de un iraní al
sacar de banda que fue largamente ovacionada por su público. Isco hizo mal todo
lo que era posible hacer mal en el primer tiempo, y se corrigió en el segundo,
según un cronista por algún consejo que le dio Iniesta tapándose la boca para
no ser “leído” desde las cámaras.
No lo sé de cierto.
Sé que me maldije a mí mismo por estar viendo aquello en el comedor de casa, en
lugar de aprovechar el tiempo en algo útil. El fútbol es hoy por hoy un
espectáculo ajeno al deporte, un happening.
El cortoplacismo, el resultadismo, el sacrificio del plan de juego a los “pequeños
detalles” de los que nos hablan los místeres como lo haría la Sibila desde su
antro, han desfigurado la competición. El equipo que se asume inferior dedica tres minutos a jugar al fútbol y los 87 restantes a no dejar jugar al contrario. Una chispa en un océano de tedio
resuelve la papeleta, a favor o en contra, y a otra cosa. Así el campeón del mundo puede ser cualquiera,
incluso Senegal, incluso España. Todo dependerá de los árbitros, del VAR, de un
rebote afortunado, de un penalti riguroso, de los despachos de la FIFA. Nada
dependerá del talento, del buen juego ni de la lógica.
Estamos en la era
del fútbol globalizado. Disculpen, pero se parece a una mierda pinchada en un
palo como dos gotas de agua.