sábado, 2 de junio de 2018

LES HAN ECHADO


Los expertos en aritmética parlamentaria lo calificaban de imposible hace una semana, por más que ahora aseguren que ellos ya lo profetizaron.
No, nadie lo profetizó. El Partido Popular se siente estafado. Nadie avisó de la emergencia de un ataque aéreo por sorpresa y de pronto tienen, en su base estratégica de Pearl Harbour, agujereados e inútiles todos sus buques insignia.
Con los presupuestos aprobados ya, para más inri. Con el camino despejado para un final de legislatura tranquilo, seguros como estaban de que la mayoría silenciosa, ese prodigioso invento, no les iba a pasar factura por la detención de Zaplana ─un caso aislado más─ ni por la sentencia sobre la trama Gürtel, que, bueno, es dura, sí, pero es solo una opinión.
La mayoría silenciosa sigue silenciosa, y no parece descontenta de la marcha general de las cosas. Los voceros habituales se rasgan aplicadamente las vestiduras, y nadie se adelanta a hacerles coro.
Eso es la democracia, tal y como ha dicho Soraya Sáenz de Santamaría. El único temor del jefe de la heroica aldea gala era que el cielo se le derrumbara sobre la cabeza, y en cierta forma es lo que le ha ocurrido a Mariano Rajoy cuando se entrenaba para batir el récord mundial de permanencia al frente de un gobierno muy español y mucho español.
Junto a él pero en segundo plano hay dos grandes perdedores más, en este asunto de la moción: son Albert Rivera y elpais. Los dos han pecado de prepotencia, se han tomado a sí mismos por los amos del cotarro y han pensado que tenían en sus manos el poder en rigurosa exclusiva de poner y quitar presidentes en el momento en que se les antojara y siempre, en todo caso, con la escrupulosa atención debida a las fases de la luna, las horas de las mareas y los pronósticos suministrados por unas encuestas de opinión sabiamente aderezadas.
Menos importancia tiene el tropiezo, para elpais. Le sobran recursos materiales y espirituales para rectificar, si cuadra, o bien para sostenella y no enmendalla, si le da por ahí. Rivera, en cambio, va a verse obligado a reciclarse a sí mismo y a su estrella política, no en función de sus anteriores delirios de grandeza sino de las realidades que ofrece un escenario en el que la tramoya ha variado de pronto la colocación de las bambalinas, y la línea de las candilejas se ha alejado muchísimo.
No es que lo tenga imposible (“eso es la democracia”), sino que tendrá que revisar con mucho cuidado su esgrima para evitar dejar de nuevo en descubierto ese flanco por el que ha recibido una estocada dolorosa e inesperada.
Este es el momento de los outsiders, de los líderes a los que hace una semana se negaba cualquier opción: Pedro Sánchez, en primer lugar; Pablo Iglesias detrás, como socio no del todo deseado pero imprescindible en una aventura cuyos contornos (“microsoluciones”, según término postulado por Joan Coscubiela) siguen aún en un estado nebuloso.
Y es el momento también de otras personas aun, con las que nadie cuenta, pero que tienen ante sí una ventana de oportunidad abierta para recitar ─si dan con la rima adecuada─ su parte en el nuevo libreto que empieza a escribirse a partir de todas las urgencias desatadas y desamordazadas. Por ejemplo, Quim Torra.