viernes, 15 de junio de 2018

FÚTBOL Y POLÍTICA: UNA INVESTIGACIÓN SUBLIMINAL

En otra ocasión he apuntado que entre el fútbol y la política se dan homologías profundas. Cuando digo “profundas”, me refiero a que no son las evidentes: labor de equipo, táctica, llenar los espacios, desbordar por los flancos, afán de victoria, y todo eso. “Profundo” vale aquí por subliminal, como en la psicología profunda de Freud.
Me explicaré mejor recurriendo a dos casos recientes. Primero, el presidente de la Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, ha emulado al Congreso de los Diputados al derribar con una moción de censura fulminante a su jefe del gobierno, el seleccionador Julen Lopetegui, en el momento en que este, siguiendo los usos inveterados de la política y sin sospechar nada, se ejercitaba en el paso de una clásica puerta giratoria, para arreglarse a sí mismo una cómoda sinecura en el after hours del Campeonato del Mundo, suceda en este último lo que suceda.
Los voceros de las altas jerarquías del club que ha facilitado tal salida de pie de banco al hombre que en teoría se estaba jugando su futuro en el banquillo de la selección, se han apresurado a señalar a Rubiales como el traidor del drama. El presidente de la Casa Blanca (así es conocida, lo siento, no me lo he inventado yo), Florentino Pérez, ha explicado que Rubiales ha sido víctima de un ataque de “orgullo mal entendido”. Sin embargo, no se ha diagnosticado a sí mismo. Para eso habría hecho falta la sagacidad legendaria del vienés doctor Freud. Sospecho que este habría considerado la contratación de Lopetegui como un típico acto fallido, un lapsus debido a la invasión del subconsciente florentiniano por parte de ciertos fantasmas. Tales fantasmas, como he intentado explicar en otro lugar (1), estarían relacionados con la particular situación política en el país, y con la falta repentina de asideros sólidos que aqueja a una porción importante de la clase política. Justamente la porción más identificada con el palco de honor del estadio Santiago Bernabeu.
Me dirán ustedes que estoy elucubrando sin aportar ninguna prueba, y tendrán razón. Suele sucedernos a los amateurs del psicoanálisis que hipotizamos en el vacío, y así nos va. Propongo, sin embargo, a su consideración un segundo caso reciente de lapsus freudiano, que no sin cierto esfuerzo podríamos relacionar con el anterior. Es así que el portavoz del PP, Fernando Martínez-Maíllo, envalentonado después de la rápida dimisión y sustitución del ministro de Cultura Màxim Huerta por un fraude a Hacienda, reclamó ahora en rueda de prensa la dimisión del ministro de Agricultura, o en su defecto la del jefe del gobierno, por un tema judicial antiguo ya solventado sin ninguna imputación. La sorpresa del auditorio fue considerable. Alguien preguntó entonces al portavoz cómo valoraba el caso de la ex ministra popular Ana Mato, condenada en firme como beneficiaria de un desvío ilegal de dinero público, y sin embargo colocada en un puesto europeo de asesora del PP por el que recibe emolumentos sustanciosos con cargo a los presupuestos.
Fue en ese momento cuando Martínez-Maíllo sufrió el lapsus al que me he referido. En lugar de responder sobre Mato, como se le preguntaba, señaló que Pedro Sánchez debería haber pedido disculpas, no en privado sino públicamente, al guardamenta de la selección De Gea, por una cuestión que no hace al caso en este lugar.
Es decir, saltó de la política al fútbol como si todo fuera lo mismo. Y en efecto para él, en ese raro momento de obcecación y quién sabe en cuántos otros aun, subliminalmente fútbol y política eran realidades de la vida reducibles a un denominador común.
Lo cual podría contribuir a explicar el trasfondo último de un tercer hecho de ayer mismo, que les ofrezco, no como prueba adicional (no prueba nada), sino como redondeo de mi hipótesis. El capitán de la selección española, Sergio Ramos, madridista, recibió a los comentaristas deportivos en una rueda de prensa post factum con la siguiente petición: «¡Una sonrisa, señores, que esto parece un tanatorio!»