martes, 5 de junio de 2018

¿HA SIDO UNA SUERTE QUE LEONARDO FUERA BASTARDO?


Es lo que sostiene el último biógrafo del genio renacentista, Walter Isaacson: «Suerte que era bastardo. Se habría convertido en un oscuro notario más.»
Suena a gancho promocional de su libro, o a lo que los franceses llaman una boutade, un argumento ingenioso pero hueco. ¿Por qué el hijo de un oscuro notario está obligado a ser un oscuro notario a su vez? Salvador Espriu no era bastardo, y era hijo de notario, y mandó la notaría de su padre a tomar viento para seguir la vía que le marcaban sus capacidades y sus preferencias.
Espriu es un caso singular, se me podrá decir, pero las estadísticas señalan la existencia de una mayoría sustancial de notarios que heredan el bufete paterno y ya no se mueven de ahí porque tienen la vida resuelta.
Leonardo es un caso singular, responderé, pero las estadísticas señalan, tanto para el siglo XV en Italia como para muchos otros siglos y países, que la tacha de bastardía no ha favorecido, sino al contrario, la carrera en las ciencias o en las artes de una mayoría sustancial de personas.
Si Leonardo es una excepción, lo es en los dos sentidos. Eso por una parte. Por otra, la consideración social que se dispensaba a un gran artista ─a un genio, por decirlo con palabras nuestras, porque la categoría extraordinaria de lo genial se definió solo en un momento muy avanzado de la historia de la cultura─ no era gran cosa, en la época de Leonardo. Un artista era poco más que un criado. Se le pagaba un sueldo modesto y se le encargaban cosas. También se le podía tratar de forma muy expeditiva si no daba muestras de suficiente docilidad al gran señor que lo empleaba. El obispo Colloredo despidió de su palacio de Salzburgo a Wolfgang Amadeus Mozart con un puntapié en el culo. El puntapié no lo dio él en persona, cosa que le habría proporcionado al menos un minuto de gloria en la eternidad. Fue algún criado fornido el que se encargó de la tarea.
De modo que el genio de Mozart, como el de Leonardo, se ha ido abriendo paso poco a poco a través de las generaciones, hasta llegar a ser indiscutible hoy. Pero ese no era ni mucho menos el clima predominante en la época en la que vivieron. Considerar que el nacimiento de Leonardo fuera de la legalidad establecida fue un estímulo para llegar a lo más alto resulta un error grosero de perspectiva.
Él no llegó a lo más alto, es solo ahora cuando lo colocamos ahí. No es un antecedente ilustre de Steven Jobs ni de Cristiano Ronaldo, el París-Saint Germain no ofreció por él novecientos millones de euros.
La argumentación de Isaacson tiene menos consistencia todavía que la del ilustre filósofo francés Blas Pascal, cuando anotó en sus Pensées la idea siguiente: «Pequeñas causas y grandes efectos. Si Cleopatra hubiese tenido la nariz más pequeña, la faz del mundo habría cambiado.»
Varios siglos después, un humorista le dio la siguiente réplica: «Lo que es seguro, en todo caso, es que habría cambiado la faz de Cleopatra.»