jueves, 7 de junio de 2018

LOS TIEMPOS Y LA POLÍTICA


Un portavoz del Partido Popular, se me ha ido de la cabeza cuál de ellos, se ha lamentado de que el nuevo gobierno de Pedro Sánchez mira al pasado, y no al futuro.
Es cierto, visto desde una perspectiva determinada. Se estaban haciendo mal tantas cosas, se había echado por la borda tanto equipaje valioso con el fin de avanzar más deprisa, que ahora se imponía retroceder un trecho para enmendar el trayecto desaforado emprendido por los populares hacia ninguna parte que no fuera la de desviar la riqueza pública hacia los bolsillos privados.
Recuperación, se llama esa figura. Para recuperar algo es necesario mirar hacia atrás, marcar pausas, evaluar alternativas. Todo lo cual exige un tiempo.
No es tiempo perdido, sin embargo. Existe una concepción del progreso que implica acortar los tiempos a toda costa, como hacían los ingenieros industriales en los procesos de fabricación en cadena. Eso fue el no va más, en su época. De la segunda revolución industrial pasamos a la tercera y a la cuarta, siempre con la misma idea de fondo. Luego llegó el crac financiero. Llegó al límite sostenible el esquilmo de recursos naturales. Llegó el calentamiento global. Las prisas por hacer más cosas en menos tiempo han impedido reconsideraciones beneficiosas acerca de algunas cuestiones esenciales: el cómo, el cuándo, el porqué y el para qué del progreso; el para quién, sobre todo. Si se alinean los datos estadísticos (el big data, ahora accesible a todas las administraciones), la idea de que el beneficio de los accionistas repercute en beneficios para la sociedad en su conjunto, resulta insostenible. De forma similar, la idea de que unos números macroeconómicos mejores definen una sociedad más feliz, está en quiebra por insolvencia.
Reconsideración a fondo de estas ideas, asumidas de forma acrítica; esa es la segunda clave. Levantar el pie del acelerador de un “progreso” no sostenible que está dejando irremediablemente atrás a sectores sociales numerosos, que multiplica las desigualdades, que despilfarra los recursos y compromete la naturaleza puesta a nuestro servicio ante las generaciones futuras.
El gobierno de Pedro Sánchez puede verse atrapado en las urgencias y en la crispación que ya ha empezado a desplegar una oposición rabiosa por el tropezón inesperado que la ha privado del mango de la sartén. Tienen Sánchez y sus ministras/os por delante un trayecto corto ─año y medio─ y sembrado de trampas.
Pisar el acelerador sería un error. Conviene alargar los plazos de la política, plantar jalones tentativos que permitan avanzar con mayor seguridad más adelante. Las dos grandes tareas del momento son la recuperación y la reconsideración. Las dos exigen tiempo. Un tiempo necesario que no será tiempo perdido si mientras tanto se emiten señales perceptibles para la ciudadanía ─para el electorado─ de cuál es la dirección concreta que se pretende seguir. El hacia dónde. Hacia la sociedad, hacia la solidaridad, hacia la convivencia, tanto en el interior como hacia fuera, hacia Europa ¡tan olvidada, tan maltratada!, y hacia el mundo. También hacia el tercer y el cuarto mundo.
Avanzar con tiento, un paso después de otro. Pasos a la izquierda, evidentemente.