Un portavoz del
Partido Popular, se me ha ido de la cabeza cuál de ellos, se ha
lamentado de que el nuevo gobierno de Pedro Sánchez mira al pasado, y no al
futuro.
Es cierto, visto desde
una perspectiva determinada. Se estaban haciendo mal tantas cosas, se había
echado por la borda tanto equipaje valioso con el fin de avanzar más deprisa,
que ahora se imponía retroceder un trecho para enmendar el trayecto desaforado emprendido
por los populares hacia ninguna parte que no fuera la de desviar la riqueza pública
hacia los bolsillos privados.
Recuperación, se llama esa figura. Para recuperar algo es
necesario mirar hacia atrás, marcar pausas, evaluar alternativas. Todo lo cual
exige un tiempo.
No es tiempo
perdido, sin embargo. Existe una concepción del progreso que implica acortar
los tiempos a toda costa, como hacían los ingenieros industriales en los
procesos de fabricación en cadena. Eso fue el no va más, en su época. De la
segunda revolución industrial pasamos a la tercera y a la cuarta, siempre con
la misma idea de fondo. Luego llegó el crac financiero. Llegó al límite
sostenible el esquilmo de recursos naturales. Llegó el calentamiento global. Las
prisas por hacer más cosas en menos tiempo han impedido reconsideraciones
beneficiosas acerca de algunas cuestiones esenciales: el cómo, el cuándo, el
porqué y el para qué del progreso; el para quién, sobre todo. Si se alinean los
datos estadísticos (el big data, ahora
accesible a todas las administraciones), la idea de que el beneficio de los
accionistas repercute en beneficios para la sociedad en su conjunto, resulta
insostenible. De forma similar, la idea de que unos números macroeconómicos
mejores definen una sociedad más feliz, está en quiebra por insolvencia.
Reconsideración a fondo de estas ideas, asumidas de forma acrítica;
esa es la segunda clave. Levantar el pie del acelerador de un “progreso” no
sostenible que está dejando irremediablemente atrás a sectores sociales
numerosos, que multiplica las desigualdades, que despilfarra los recursos y
compromete la naturaleza puesta a nuestro servicio ante las generaciones
futuras.
El gobierno de
Pedro Sánchez puede verse atrapado en las urgencias y en la crispación que ya
ha empezado a desplegar una oposición rabiosa por el tropezón inesperado que la
ha privado del mango de la sartén. Tienen Sánchez y sus ministras/os por
delante un trayecto corto ─año y medio─ y sembrado de trampas.
Pisar el acelerador
sería un error. Conviene alargar los plazos de la política, plantar jalones tentativos
que permitan avanzar con mayor seguridad más adelante. Las dos grandes tareas
del momento son la recuperación y la reconsideración. Las dos exigen tiempo. Un
tiempo necesario que no será tiempo perdido si mientras tanto se emiten señales
perceptibles para la ciudadanía ─para el electorado─ de cuál es la dirección concreta
que se pretende seguir. El hacia dónde. Hacia la sociedad, hacia la
solidaridad, hacia la convivencia, tanto en el interior como hacia fuera, hacia
Europa ¡tan olvidada, tan maltratada!, y hacia el mundo. También hacia el
tercer y el cuarto mundo.
Avanzar con tiento,
un paso después de otro. Pasos a la izquierda, evidentemente.