En relación con el
vidrioso tema del Aquarius, teoriza Enric Juliana en lavanguardia que Sánchez
apuesta por mejorar la reputación de España en el mundo, algo que define como “línea
Trudeau”; en tanto que Salvini se apunta a la “línea Trump”, consistente en la
indiferencia hacia la mala reputación.
No me parece que la
distinción tenga mucho recorrido. Se adscribe a esa tendencia reciente a
valorar el “relato” por encima de la praxis política, y la “imagen” como
referencia última de los contenidos de gobierno. Parece como si la política se
redujera a un guion inmutable que cada dirigente/actor recita con inflexiones
propias dirigidas a conseguir el aplauso del público, no por lo que dice, sino
por su particular forma de interpretar. Uno vierte lágrimas en un pasaje donde
otro esboza un mohín de desdén; el texto, sin embargo, es el mismo en los dos
casos.
Se trata de una
elaboración establecida desde los medios de comunicación, que es tanto como
decir la “crítica” de la representación teatral de la política. Es sabido desde
siempre que una mala crítica es capaz de arruinar un estreno. Y hay ocasiones
en que la buena o la mala reputación la establecen los poncios, y no los
espectadores de la función. “Bonito”, dice por ejemplo la audiencia, y el
crítico tuerce el gesto: “Postureo”. A la inversa: “Admirable”, define el
crítico, mientras el público bosteza.
Pongo un ejemplo
sacado de la misma edición de lavanguardia. Un titular en letras de cuerpo
grande afirma: «Susana Díaz se opondrá a cualquier concesión de Sánchez a Catalunya.»
“Cualquier” concesión, qué fuerte. Pero en el cuerpo de la noticia tal
declaración no aparece en esa forma, sino en esta otra considerablemente
distinta: «[Díaz] advirtió
que estará vigilante para “levantar la voz” si llega a producirse [una decisión que quiebre la unidad de
España y de los españoles], lo que en su lenguaje viene a significar que
vigilará que no se hagan concesiones
a Catalunya.»
Subrayo: “en su
lenguaje viene a significar…” Es lo que se conoce desde siempre como un juicio
de intenciones, que se desautoriza a sí mismo. La única verdad tangible es que
al periodista que firma el artículo, Adolfo S. Ruiz, no le cae bien Susana Díaz.
Sería más sensato
juzgar ante todo lo sustantivo de las políticas: las tomas de posición ante los
problemas, los “trayectos” emprendidos, los efectos constatables de las medidas
tomadas (“implementadas”, que se dice ahora). Y dejar en segundo plano la
coreografía. A fin de cuentas, buscar a toda costa la buena reputación es con
seguridad una política de calidad muy baja, y la indiferencia a las críticas resulta
necesaria en un tiempo en el que los “trolls” invaden todos los recovecos de
las redes sociales.
Ya anticipó Georges
Brassens lo que le ocurría cuando se quedaba durmiendo en lugar de presenciar
los desfiles militares el 14 de julio, fiesta nacional francesa. La canción se llama
precisamente “La mala reputación”: «Tout
le monde me montre au doigt, sauf les manchots, ça va de soi» (Todo el
mundo me señala con el dedo, salvo los mancos, se entiende).