Hay frases que
escanean de forma implacable los bajos fondos de la personalidad de quienes las
pronuncian. Frases que descalifican. Pongamos que hablo de Elsa Artadi, que se acaba
de declarar dispuesta a conseguir la independencia de Catalunya por la vía de
la negociación con el Estado, pero sin excluir otras posibilidades. En
concreto, sin descartar la “vía unilateral” (sic).
¿Existe una “vía
unilateral” a la independencia? ¿Tiene esa “vía” supuesta alguna relación con
la democracia, que Artadi exige de España (“es impensable ─dice─ que España
siga mostrando actitudes más imperialistas que propias de una democracia”),
pero que descarta respetar desde su propia opción política?
Esto es lo que Artadi
afirma de la “vía unilateral”: «No podemos abandonar nada, no tenemos el
derecho a hacerlo. No es la prioridad, pero si de entrada renunciamos a la
unilateralidad, ¿qué mensaje le estamos dando a nuestra población y a Madrid?»
Las anteriores frases de Artadi pivotan sobre cuatro implicaciones
falsas. Las enumero: 1) Existe una vía
unilateral a la independencia. Es decir, un acceso al objetivo deseado sin
tener en cuenta la voluntad, ni los derechos, ni la opinión, de la “otra parte”
contraria a tal objetivo, así en la misma Catalunya como en España en general.
Esta afirmación es contraria, no ya a las normas establecidas en la constitución,
que también, sino a los primeros y fundamentales principios del derecho, de la igualdad, de
la equidad, de la democracia y de la convivencia. 2) La vía unilateral es un derecho que tenemos los catalanes. Tal
derecho no figura reconocido en ninguna parte. 3) No podemos abandonar ese derecho “de entrada”, es decir, si no es a
cambio de algo. No es posible abandonar, retruco, aquello que no se tiene. Y el
reconocimiento de una verdad tan palmaria debe obligatoriamente hacerse “de
entrada”, para evitar cualquier sombra de ficción en una negociación que en
el mejor de los casos para los partidarios de Artadi habrá de suponer la reivindicación
de algo de lo que de entrada carecen. 4) Estamos
dando un mensaje inadecuado “a nuestra población y a Madrid”. Se reducen
las partes interesadas en el conflicto a un “nosotros” oceánico de tan global, y
un “ellos” reducido a la administración central española. El derecho a decidir
tan clamorosamente exigido lo tendríamos los catalanes, pero no los de Logroño,
por ejemplo. De modo que el inicial “derecho a decidir” ─universal como lo son todos
los derechos humanos─, se convierte mediante un pase de magia visto y no visto
en el derecho a decidir unilateralmente, que poseeríamos en exclusiva los
catalanes, y no todos, ni siquiera la mitad, ni siquiera el 48% de los votantes
de opciones independentistas, porque hasta ahora nunca se les ha preguntado si aceptan
para resolver este asunto una decisión unilateral (y hay indicios sobrados de
que muchas personas que siguen firmes en un “sentimiento”, no están de acuerdo
sin embargo con una ruptura tan drástica de los lazos que nos unen, no al
“Madrid” oficial, sino a la España real y plural en la que todos/as tenemos
puesta una parte de nuestro corazón).