Milagros Pérez
Oliva entrevista en elpais a Gregorio Luri, que abomina de la progresía y se ha
pasado con armas y bagajes al conservadurismo. Sé lo que tiene de provocación
esa postura, y lo acepto. Ya dijo Pier Paolo Pasolini, en la época en que
Enrico Berlinguer era el secretario general del partido italiano reconocido
como punta de lanza de la revolución marxista, que él era el único auténtico “conservador”
del país, porque basaba su praxis en la conservación de tradiciones colectivas positivas
(tradiciones progresistas, y no es un oxímoron), en tanto que la derecha neoliberal
se dedicaba con especial fruición a hacer tabla rasa de todo el entramado
económico y social existente.
Sabemos, porque
hemos seguido viviendo desde entonces de forma ininterrumpida, que la derecha
neoliberal consiguió con el tiempo destruir, además de todo lo demás, a la
izquierda. Tal y como se configuraba aquella izquierda, marcada a fuego por
tradiciones que en algunos aspectos no merecían ser conservadas hasta ese punto.
He aquí una
reflexión conservadora de Luri en la entrevista citada, que sí merece ser conservada,
e incluso, diría yo, puesta en anuncios luminosos bien visibles en la noche que
atravesamos: «La utopía del conservador es mantener la nave a flote, y
para ello sabe que tanto en babor como en estribor ha de haber gente que reme.»
Seguramente ese aforismo coincide en buena parte con la
reflexión de Antón Costas de hoy mismo, en lavanguardia: entre las izquierdas y
las derechas, y cada cual con su parte de culpa que no es cosa de prejuzgar aquí, en
España y en los últimos años se ha laminado a las burguesías regionales.
Se
bombardea desde todos los ángulos a la burguesía catalana, que no ha sido un
modelo histórico de talante inclusivo ni de limpieza en sus métodos de
enriquecimiento, pero cuyos “criterios orientados” sobre el Estado plurinacional
y las relaciones de coexistencia pacífica entre el todo y las partes, podrían
ser útiles para encontrar soluciones viables a la actual crisis pavorosa de
convivencia. Hoy, sin embargo, su influencia social en el país está situada
bajo mínimos vitales.
Y lo mismo cabría decir de otras burguesías como la
andaluza y en menor medida la vasca (que aún resiste gallardamente las
embestidas), dejadas caer en el pantanal en beneficio de una recentralización
rígidamente jerarquizada, de connotaciones “neofeudales” y con ribetes de
monopolio, que solo favorece a las elites de los consejos de administración de
multinacionales de la industria y de la banca. O sea, el cogollito al que se
reduce hoy lo que los Casado, Rivera y compañía llaman “patria”.
Las elites citadas se están comportando, en nombre del “mercado”,
como el tópico elefante en el interior de la cacharrería. Alguien debería
quitarles ese juguete de las manos ─mejor dicho, deberíamos hacerlo entre todos─,
porque el progreso venidero que invocan es fake
news. El progreso bien entendido no lo arrasa todo en la vorágine de su
lógica interna: incluye elementos de conservación, de sostenibilidad, de
inclusividad, de empatía.
Para poner un ejemplo que también ofrece Gregorio Luri:
necesitamos con urgencia que los españoles amen a Cataluña, que la amen de
verdad aunque no la comprendan. «Estás traicionando a España si ves a una parte
de tu nación como enemiga.»