miércoles, 6 de febrero de 2019

CONSERVADORES


Milagros Pérez Oliva entrevista en elpais a Gregorio Luri, que abomina de la progresía y se ha pasado con armas y bagajes al conservadurismo. Sé lo que tiene de provocación esa postura, y lo acepto. Ya dijo Pier Paolo Pasolini, en la época en que Enrico Berlinguer era el secretario general del partido italiano reconocido como punta de lanza de la revolución marxista, que él era el único auténtico “conservador” del país, porque basaba su praxis en la conservación de tradiciones colectivas positivas (tradiciones progresistas, y no es un oxímoron), en tanto que la derecha neoliberal se dedicaba con especial fruición a hacer tabla rasa de todo el entramado económico y social existente.

Sabemos, porque hemos seguido viviendo desde entonces de forma ininterrumpida, que la derecha neoliberal consiguió con el tiempo destruir, además de todo lo demás, a la izquierda. Tal y como se configuraba aquella izquierda, marcada a fuego por tradiciones que en algunos aspectos no merecían ser conservadas hasta ese punto.

He aquí una reflexión conservadora de Luri en la entrevista citada, que sí merece ser conservada, e incluso, diría yo, puesta en anuncios luminosos bien visibles en la noche que atravesamos: «La utopía del conservador es mantener la nave a flote, y para ello sabe que tanto en babor como en estribor ha de haber gente que reme.»

Seguramente ese aforismo coincide en buena parte con la reflexión de Antón Costas de hoy mismo, en lavanguardia: entre las izquierdas y las derechas, y cada cual con su parte de culpa que no es cosa de prejuzgar aquí, en España y en los últimos años se ha laminado a las burguesías regionales. 

Se bombardea desde todos los ángulos a la burguesía catalana, que no ha sido un modelo histórico de talante inclusivo ni de limpieza en sus métodos de enriquecimiento, pero cuyos “criterios orientados” sobre el Estado plurinacional y las relaciones de coexistencia pacífica entre el todo y las partes, podrían ser útiles para encontrar soluciones viables a la actual crisis pavorosa de convivencia. Hoy, sin embargo, su influencia social en el país está situada bajo mínimos vitales.

Y lo mismo cabría decir de otras burguesías como la andaluza y en menor medida la vasca (que aún resiste gallardamente las embestidas), dejadas caer en el pantanal en beneficio de una recentralización rígidamente jerarquizada, de connotaciones “neofeudales” y con ribetes de monopolio, que solo favorece a las elites de los consejos de administración de multinacionales de la industria y de la banca. O sea, el cogollito al que se reduce hoy lo que los Casado, Rivera y compañía llaman “patria”.

Las elites citadas se están comportando, en nombre del “mercado”, como el tópico elefante en el interior de la cacharrería. Alguien debería quitarles ese juguete de las manos ─mejor dicho, deberíamos hacerlo entre todos─, porque el progreso venidero que invocan es fake news. El progreso bien entendido no lo arrasa todo en la vorágine de su lógica interna: incluye elementos de conservación, de sostenibilidad, de inclusividad, de empatía.

Para poner un ejemplo que también ofrece Gregorio Luri: necesitamos con urgencia que los españoles amen a Cataluña, que la amen de verdad aunque no la comprendan. «Estás traicionando a España si ves a una parte de tu nación como enemiga.»