miércoles, 20 de febrero de 2019

MÁS SOBRE LA PRECARIEDAD ESTRUCTURAL


Hace más o menos un mes, el profesor Baylos tituló uno de los sustanciosos posts de su blog de culto de este modo: “La precariedad laboral como rasgo estructural del sistema de empleo” (1). Un aldabonazo.

Un rasgo estructural no se corrige fácilmente. Puede paliarse hasta cierto punto con la reversión de las “reformas” laborales recientes, la subida ya en curso del salario mínimo y la determinación de una renta básica de ciudadanía que no signifique la creación de un gueto que implique la salida definitiva del mercado de trabajo de quienes la reciban, su apartamiento de la sociedad productiva.

Eso no basta. No puede corregirse una determinada visión del empleo asalariado si no se extiende asimismo el análisis al resto de elementos que lo determinan.

Sería un error tratar de incidir en lo que se percibe como una desviación de la norma deseable en relación con la variable “empleo”, desde la suposición de que las demás variables concomitantes no se han modificado en el trayecto. Si nos encontramos en el epicentro de una mutación tecnológica de gran repercusión y trascendencia, es ingenuo pensar que tal mutación, que afecta profundamente a la forma del trabajo asalariado, sin embargo no cambia nada en relación con la contraparte directa ─la empresa como centro de organización de la producción y de la dispensación de servicios─ y con el Estado-nación en tanto que instancia superior normativa y mediadora en los procesos económicos.

La precariedad se ha extendido por todo el ámbito laboral ─no solo ni principalmente en el empleo no cualificado─ porque se ha producido un cataclismo (un seísmo en palabras de Umberto Romagnoli) que ha derribado los pilares de la empresa concebida al modo tradicional, y del “ecocentro de trabajo” en fórmula acuñada por López Bulla. Es la crisis de la empresa (2) y la aparición de nuevas formas de la misma al margen del derecho laboral que las regulaba, la que empuja a nuevas formas de prestación laboral, que unos definen como más “flexibles”, pero que en definitiva se conforman como más precarias.

Baste al respecto pensar en la muy reciente huelga del taxi, en la que se confrontaron el viejo estilo, a partir de las licencias municipales, y el nuevo con la aparición de las "plataformas", que no son empresas o son empresas desreguladas, de nuevo tipo. 

En la batalla laboral estamos todos concernidos. No vale la psicología del “mandao” (que se organicen ellos como quieran mientras yo tenga mi puesto fijo, mis ocho horas y mi paga puntual a fin de mes). “Ellos” ya se han organizado, bajo el principio sacrosanto del dividendo. Los trabajadores, por su parte, han entrado en una “tierra de nadie” (3). Sin un esfuerzo del colectivo asalariado y de los sindicatos de clase para elevar a un horizonte superior la negociación colectiva, de modo que apunte a la “forma” misma del trabajo, a su sentido y a su racionalidad última, seguirán siendo los algoritmos financieros los que gobiernen un pluriverso del trabajo asalariado y heterodirigido, cada vez más fragmentado, cada vez más irrelevante.  


(2) En 2014 Alain Supiot, sociólogo y jurista, dirigió en el Collège de France un coloquio de especialistas del más alto nivel que dio lugar a un libro importante, L’entreprise dans un monde sans frontières. Perspectives économiques et juridiques (“La empresa en un mundo sin fronteras. Perspectivas económicas y jurídicas”), ed. Dalloz, París 2015. Después de un exhaustivo análisis interdisciplinar en tres partes (Marcos conceptuales,  El impacto de la globalización y Poder y responsabilidad en la empresa), la Cuarta Parte está dedicada a las propuestas, bajo el título general “La empresa al servicio del interés general”. Es esta última formulación la que echo en particular de menos en las reflexiones en torno al empleo y al trabajo propiamente dicho. Se diría que nos quedamos en la cáscara sin llegar nunca al meollo.

 (3) «Más que trabajador, precario o parado, me siento un poco en tierra de nadie.» Lo dice “Narciso”, un técnico superior que trabajó con esa categoría en una empresa hasta el advenimiento de un ERE; que saltó a Londres, para aprender el idioma y adquirir nuevas experiencias, y que a su regreso circula entre el desempleo y la temporalidad, en labores muy inferiores a su cualificación profesional. Ver Pere Jódar y Jordi Guiu, Parados en movimiento. Historias de dignidad, resistencia y esperanza. Icaria editorial, Barcelona 2018. Pág. 303.