jueves, 21 de febrero de 2019

MEMORIA DE ANTONIO MACHADO



Mañana se cumplen ochenta años de la muerte de Antonio Machado en una fonda de Colliure, localidad en la que está enterrado. Leo en la prensa que se celebrarán actos conmemorativos y que asistirá a los mismos el presidente Pedro Sánchez.

Me gusta que Sánchez haga eso. Machado siempre ha sido objeto de una atención bipolar para la derecha franquista y posfranquista: una mezcla de reconocimiento oficioso (forma parte de la Marca España en el mundo) y de recelo íntimo hacia sus aristas no asimilables para una idea radiante e imperial del país. Normalmente la derecha prefiere evitar adhesiones y entusiasmos hacia una figura cívica característicamente laica y republicana.

Tengo en casa varios libros del poeta, y otros relacionados con él. Buena parte de esos libros eran de mi padre. Machado era sin discusión su poeta preferido; solía decir que en un libro de un poeta solvente (Juan Ramón Jiménez era su referencia habitual) encuentras de interés entre el 20 y el 30 por ciento de su contenido, mientras que en los versos de don Antonio la proporción se eleva al 80 o 90 por ciento.

No suscribo esa opinión de mi padre respecto de otros poetas al cien por cien; digamos que me quedo entre el 40 y el 50 por ciento. Lo que dice de Machado sí lo suscribo. Me parece un listón indicativo de la importancia que han tenido Machado y otros contemporáneos, como Lorca y Miguel Hernández, en la idea “resistente” de la poesía que caló en una generación, la mía, a la que se intentó educar literariamente a partir del gracejo nacional-pueblerino de Pemán o de la trompetería impostada de Vivanco y Rosales (algunos les llamaron ‘Rosanco y Vivales’), y que desdeñó, posiblemente de manera injusta, a los Guillén, Aleixandre, Dámaso o Diego, que conquistaron más al público académico que al popular.

En mi biblioteca están unas “Poesías completas” editadas en 1936 por Espasa-Calpe; el “Juan de Mairena”, de la misma fecha y editora; el “Cancionero de Abel Martín”, “Los complementarios”, y otras ediciones y antologías posteriores, además de la biografía de Gibson, “Ligero de equipaje”, y el libro de Cesáreo Rodríguez-Aguilera “Antonio Machado en Baeza”. También anda por ahí, pero no he sabido encontrarlo, un ensayo comprado por mí en mis años de estudiante: “Teoría de la expresión poética”, de Carlos Bousoño (poeta él mismo), que habla mucho de Machado.

Recuerdo en particular el análisis microscópico que hace Bousoño de una composición de las “Soledades” (número XXXII en mi edición), de tan solo seis versos. El análisis revela el arte constructivo y la trabazón íntima entre las palabras, la “música” y los sentimientos, que sostienen la aparente simplicidad expresiva del poeta. Esta es la composición:

            Las ascuas de un crepúsculo morado
            Detrás del negro cipresal humean…
            En la glorieta en sombra está la fuente
            Con su alado y desnudo Amor de piedra
            Que sueña mudo. En la marmórea taza
            Reposa el agua muerta.