A la izquierda de la imagen, encuentro de Dante y Virgilio con Guido Guerra, Tegghiaio Aldobrandi y Jacopo Rusticucci. Miniatura conservada en la British Library de Londres.
«Gentes
nuevas y súbitos aumentos
De riqueza,
y orgullo y desmesura,
Provocan, oh
Florencia, tus lamentos.»
Dante A., Commedia, “Infierno”, Canto XVI, 73-75.
(versión de
Ángel Crespo)
Los siervos son los
mismos de siempre; los amos han cambiado. “Esto con Franco no pasaba”, repite
siempre y a propósito de todo la Señora Franquista tuitera. Por ejemplo, con
Franco vivo jamás habría sucedido que exhumaran sus huesos del Valle de los
Caídos. Tiene razón.
Tampoco en Cataluña
estaría pasando lo que pasa de seguir al frente de los negocios Jordi Pujol.
Pujol, católico ejemplar, siempre supo dar al César (el Estado opresor) lo que
era del César, al mismo tiempo que se trabajaba su rinconcito con el fin de dar
a Dios (Dios sería catalán, en su versión) lo que es de Dios. Bien decantadas
las porciones correspondientes y hecho con presteza el reparto, se ayudaba a la
gobernabilidad, se cultivaba el propio jardín, los negocios “rullaban” y todo iba
a las mil maravillas en el mejor de los mundos posibles.
Sí, Pujol era un
corrupto, pero el dinero non olet. Resultan
mucho más ofensivas las prisas obscenas de Puigdemont por encontrar un lugar
cómodo y bien remunerado donde caerse muerto, y el encefalograma plano de Quim
Torra, el “masover” de una finca en torno a la cual acechan a la espera todos
los fondos buitre y los fondos zopilote que en el mundo son.
Qué decir de la gesticulación
perenne de Casado y Rivera, esa pareja de marionetas de bolos por provincias,
incapaces de contarnos algo que no sea el mismo chiste malo de siempre. También
es nuevo Abascal, el signor Strómboli que mueve los hilos detrás del telón, empujado
a la farándula por las súbitas ganancias de dinero iraní, descontada la pingüe inversión de capital procedente de otras fuentes aún ocultas pero que irán apareciendo conforme la función
avance.
¿Es mejor el viejo
establishment, o el nuevo? No lo sé. Sé que el viejo no va a volver, y que es
con las nuevas gentes con las que tenemos que habérnoslas. No tienen arraigo en
la tierra, no reconocen amigos ni enemigos, claman «¡Patria!» (la huna o la hotra)
pero señalan al dinero, y no viven del producto del trabajo ni de la inversión,
sino del aire, siempre que llamemos aire a las mordidas en B a los presupuestos
de las diversas instituciones.
Dante habló de
ellos cuando transitaba por el séptimo círculo de su Inferno. Le preguntaba por Florencia y el estado actual de las
cosas en la república Jacopo Rusticucci, en vida próspero caballero que se condenó
para la eternidad por haber caído en la sodomía. Según sus propias palabras en
el poema, glosadas por Ángel Crespo, debido al carácter demasiadamente arisco
de su esposa. «E certo la fiera moglie
piú ch’altro mi noce.» Excusa muy propia de los viejos tiempos, cuando las gentes solo salían del armario si alguien les sacaba de allí.