Ander Gurrutxaga,
catedrático de Sociología en la Universidad del País Vasco, se lo ha escrito a
José Martí Gómez, y este nos lo cuenta en elpais: «En el caso catalán, la
política se ha transformado en un problema más, algo que debe resolverse antes
de caminar.»
Recuerdo un dicho
ya algo vetusto, que nos llegó probablemente de la mano de aquellas “escuelas
de negocios”, o más bien escuelas de autoayuda en los negocios, en los años del
optimismo desmesurado sobre el crecimiento económico. Decía así: «Si no
propones una solución, formas parte del problema.»
Es lo que sucede
hasta un punto inimaginable para quienes nos observan a los catalanes desde
fuera. Comenta Martí Gómez: «Es cierto que el Gobierno de España ha cometido
errores en su política en Cataluña, pero de la pérdida de prestigio del Govern
los únicos culpables son los que gobiernan desde la Generalitat.»
El prestigio del
Govern está por los suelos. Cuenta Martí Gómez de un ex conseller de Jordi
Pujol, que le ha comentado: «A Torra no le hace caso ni el Tato.» La foto del
juicio en la que Torra saluda a los encausados desde el fondo de la sala, es en
este sentido inequívocamente significativa.
La gestión del Govern
─empleo de forma muy laxa el término “gestión”; no está claro que se haya
gestionado nada, ni tampoco lo contrario de nada─ ha sido ruinosa en todos los
sentidos de la palabra. Si procedemos a simplificar el sentido último del vuelo
errático del mareo de la perdiz, los dos objetivos prioritarios y trascendentes
de la política en Cataluña en los últimos años han sido:
1) Conseguir un
Estado propio, no importa de la forma que sea ni a quién ni qué derechos se
atropellen en el camino, es decir en el procés.
2) Una vez
implementado el punto 1), averiguar, si es posible, para qué c*** sirve un
Estado propio, y conseguir el manual de instrucciones idóneo para su uso.
La política, en consecuencia,
ha pasado, de ser una herramienta para solucionar los problemas, a configurarse
como el problema número uno y más grande de todos.
Algún día se
disipará la polvareda, y nos daremos cuenta de que en el trayecto hemos perdido
a Don Beltrán. O dicho de otro modo, y mejor; o sea, como se lo ha dicho Ander
Gurrutxaga a José Martí Gómez: «¿Cómo y quién gestionará la desilusión, con qué
mimbres?»