martes, 5 de febrero de 2019

EL ARTE O LA VIDA



Expresado así, en los mismos términos clásicos del «la bolsa o la vida» que utilizaba el caco para amedrentar al burgués, con una navaja o similar, en un callejón oscuro y solitario, el dilema tiene algo de esencialista. Sacrificar la vida por amor al arte ha sido considerado por algunos una opción valiosa, aunque otros, o los mismos en otras situaciones, lo valoran como extravío o locura.

Mary Beard recuerda en elpais una historia muy incisiva sobre la Afrodita de Cnido, estatua de Praxíteles famosa en el mundo antiguo, que en una de sus copias acreditadas (el original desapareció) tienen ustedes sobre estas líneas. La historia la contó Luciano de Samosata en Erotes (Amores), y es con toda probabilidad invención suya.

Tres amigos acuden al templo de Cnido a honrar a la diosa. Uno es célibe, el segundo ama a las mujeres, el tercero a los varones. Los tres admiran la estatua, y al hacerlo descubren una minúscula mella en la parte posterior. Se preguntan a qué puede deberse la imperfección, y la diaconesa les aclara que un joven loco de amor por la imagen de mármol entregó toda su fortuna al templo, y se escondió una noche para consumar su pasión, dejando en su esfuerzo baldío la muesca perceptible en la piedra, pequeña pero respetable dada la calidad del instrumento con el que fue hecha. Al día siguiente, quizá por no haber recibido de la diosa la satisfacción que esperaba o por el deterioro irreversible de su masculinidad debido a la ordalía vivida, se arrojó por un acantilado.

Supongo que la moraleja de la historia de Luciano es que debe preferirse amar al modo llamado platónico, o bien encontrar un recipiente amoroso de uno u otro sexo, pero con un sexo en cualquier caso apto para corresponder a las caricias y los transportes del amante, antes que obsesionarse con una forma perfecta pero de consistencia marmórea y privada de vida.

El arte puede sublimar la vida, entonces, pero no sustituirla.

Lo cual conduce por analogía a otro tipo de discusión que también aparece en una noticia de elpais de hoy. Un algoritmo diseñado por la empresa tecnológica Huawei ha completado la Sinfonía Incompleta de Schubert.

¿Puede la vida (la tecnología) sustituir al arte? La proeza llevada a cabo por el algoritmo de Huawei es inmensa, y el resultado de la misma merece ser escuchado, por lo menos una vez.

Después de lo cual, son obligadas dos consideraciones: primera, esto no es como el descubrimiento de una fórmula matemática. El algoritmo no ha descubierto una “verdad” que ocultó Schubert; sencillamente, ha compilado todas sus armonías y ha deducido, en base a un proceso matemático de selección, una mera posibilidad: un fragmento musical sinfónico que ha considerado el más adecuado posible como culminación de la parte conocida de la pieza musical.

Segunda consideración: Schubert desmentiría que esa fuera la melodía que tenía en mente. Lo más probable es que se indignara con la atribución. Entre otras razones, como ha argumentado un comentarista, porque dejar inacabada su sinfonía fue una decisión consciente del músico. No vino la muerte a quebrar su impulso creador, como le sucedió a Mozart con su Réquiem. Schubert vivió lo suficiente para concluir su partitura, y no lo hizo. Eso indica que habría rechazado la solución de Huawei, como sin duda rechazó otras que se le venían a la punta de la pluma de ganso con la que trabajaba esforzadamente ─negándose a sí mismo la vida en aras de su arte─ para crear una belleza que trascendiera los límites de la mundanidad y exaltarla sobre el pedestal de las cosas perennes.

El arte o la vida. ¿Por qué no ambos?