sábado, 23 de febrero de 2019

EL ESPEJO NO HAY POR QUÉ


Inés Arrimadas está o estaba decidida a viajar hasta Waterloo para contarle confidencialmente a Carles Puigdemont que la República catalana no existe. Desde el Gobierno en funciones le han hecho llegar el consejo de que lo deje estar: no es prudente.

Sobre todo, sería un movimiento inútil. Puchi ya lo sabe, pero está decidido a no enterarse. Igual les pasa a algunos niños con los Reyes Magos: les gustaba más el relato que la realidad.

Daniel Gascón, en una columna de opinión de hoy en elpais, señala que la República catalana no soporta grandes dosis de realidad sin desmoronarse. Estamos viendo en el juicio a los políticos cómo la declaración unilateral de independencia fue en realidad una cortés invitación al diálogo. De la disposición natural de unas personas reforzadas en sus convicciones íntimas por la persecución injusta de que son objeto (“todos somos buenas personas”, ha ratificado Jordi Cuixart a Gemma Nierga, después de que lo apuntara Oriol Junqueras, como si alguien les hubiera acusado de ser malas personas), cabe deducir que en el futuro habrá nuevas invitaciones al diálogo, todas o la mayoría de ellas unilaterales.

Tales declaraciones o invitaciones no están surtiendo efecto hasta el momento en la segunda parte contratante. Alguna razón tiene que haber para ello, se dicen los políticos catalanes encastillados en su buena fe.

La razón única y suficiente de la inefectividad de la fórmula procesista la dio el Barbudo hace muchos años, cuando dijo que la realidad es tozuda.

Pero el procesismo no conoce o pretende no conocer esta singular cualidad de la realidad, de modo que, en su relato, si las cosas suceden del modo como suceden, es porque existe un amplio (¡ay, cada vez más amplio!) círculo de traidores moviendo hilos en contra de la sana doctrina de los hombres buenos.

De esa convicción surge una actitud que Gascón, en la columna antes citada, ha caracterizado con fortuna como «victimismo matón». En nombre de la democracia, de la libertad, del derecho de los pueblos que está por encima de la ley inicua, y de otros argumentos por el estilo, válidos siempre que no aterricen en las cuestiones concretas, alguno puede llegar a creer, por ejemplo, que Comisiones Obreras ha traicionado a la causa por no sumarse a la convocatoria a una huelga general sustanciada por unas siglas sindicales fantasmagóricas que no tienen capacidad legal de convocatoria, y con la intención de presionar al Tribunal Supremo en sus deliberaciones, cosa que no tiene cabida en ninguna formulación aceptable de la democracia.

La parte “matona” de ese victimismo son los escraches ocurridos a la puerta de sedes de las Comisiones Obreras. Va a ser que es el sindicato quien tiene la culpa del resultado esmirriado de una huelga general, por no haberle dado el respaldo debido cuando los “hombres buenos” le estaban solicitando el diálogo pertinente por medio de una convocatoria unilateral.

La República catalana no se quiere mirar la cara en el espejo de la realidad, por miedo a lo que pueda ver en él. Mejor haría siguiendo el consejo que le da de forma gratuita el refranero: “Arrojar la cara importa, que el espejo no hay por qué”.