jueves, 7 de febrero de 2019

EL CUARTO DE HORA TONTO


El arzobispo de Tarragona, mosén Jaume Pujol, se ha referido a los casos de pederastia acontecidos en su diócesis con las siguientes palabras, para enmarcar: «Los he apoyado y los continúo apoyando. Hay personas que tienen un mal momento en la vida que los lleva a hacer algo de lo que después quizás se arrepentirán toda la vida.»

Lamentablemente, la realidad no responde a la edulcorada visión de su eminencia. El perfil de los depredadores sexuales, ya sean pastores religiosos, preparadores deportivos, maestros, psiquiatras o gurús, indica que los “malos momentos” en su vida se repiten de forma consistente a lo largo de los años, en lugares, ocasiones y con víctimas diferentes. La iglesia debería dejar de situarse a la defensiva en este punto, entender que no se trata de un mal privado que solo la aqueja a ella como institución, y colaborar en la represión y la prevención de una lacra tan extendida como solapada bajo el marchamo respetable de la formación de jóvenes.

Entre esas personas jóvenes, según se va conociendo, se incluyen en un lugar muy especial los propios alevines de la jerarquía eclesiástica: seminaristas, novicias, curas y monjas jóvenes. No es improbable que quienes delinquen como pastores hayan sido objeto antes de abusos como ovejas del rebaño. Se abre la vía de ese modo a una perversión circular: yo te corrompo a ti para que tú, a tu vez, corrompas a otros. Quico Pi de la Serra expresó desde la ironía esta realidad tan conocida/desconocida, hace ya muchos años, en una canción antológica: «… I a les rodalies / munten cofradies / per arrambar l’api / a les abadies…» (1)

Cuando mosén Pujol dice la tremenda bajanada que queda consignada arriba, está pensando de forma corporativa, ergo insolidaria. Piensa en no perjudicar la vida y la carrera de unos compañeros de misión (en el sentido laico de la palabra), pero omite el perjuicio terrible ocasionado en las vidas y las carreras de otras personas especialmente vulnerables por su juventud, por su fe religiosa y por la exigencia de obediencia ciega a la jerarquía. El delito perpetrado se configura, así, como un monumental abuso de confianza.

La confianza es un vaso de cristal finísimo que una vez roto es imposible de reparar. Su conservación no puede depender en exclusiva de que no aparezca jamás el cuarto de hora tonto que todos tenemos, según afirma la experiencia acumulada de muchas generaciones. Pero hay instituciones, y la iglesia católica no es la única pero sí ocupa un lugar destacado en el listado de las mismas, hay instituciones digo que ponen amorosamente todo su cuidado, no en evitar la rotura del valioso vaso, sino en unir los fragmentos con saliva de silencio y pegamento de “comprensión” hacia el delincuente, y mantienen una actitud externa de aparente normalidad desde la ficción de que el vaso sigue intacto.

Esa actitud tiene numerosos daños colaterales que no son asumidos, ni reparados, ni prevenidos. Hay dos clases de víctimas, para los pastores de las diferentes greyes al estilo de mosén Pujol. Las víctimas de una clase merecen su comprensión cristiana y su amparo caritativo: tuvieron uno, o muchos, malos cuartos de hora. 

Las otras víctimas innumerables quedan cubiertas por un manto de silencio y de olvido, y cualquier denuncia y exigencia de reparación tropieza con el muro inamovible del atentado a un “bien superior”. Estaría bueno que la iglesia, que tanto bien prodiga a manos llenas, tuviera que indemnizar además a las víctimas de manipulaciones que a fin de cuentas tampoco tienen tanta importancia.

Posdata.- Apenas un par de horas después de colgado este post, leo en la prensa que mosén Pujol renuncia a seguir al frente del arzobispado "por razones de edad". Es del todo improbable que me haya leído, de modo que no voy a pretender que poseo poderes. Sin embargo la carambola en la doble serie de acontecimientos inconexos, tal como se ha producido, me parece bonita, y así lo consigno.

(1) Creo que no hace falta traducción. Si alguien no entiende la expresión, corriente en catalán, arrambar l’api (arrimar el apio), puede imaginar sin esfuerzo su significado. El estribillo tampoco precisa traducción: Sóc, no vull ofendre, anticlerical.