He aquí un motivo
de reflexión serio. Lo enuncia José M. Abad Liñán en un trabajo extenso
publicado en elpais bajo el título “España afronta la segunda oleada de
despoblación”. Dice Abad: «La España que no está bañada por el mar, salvo
Madrid, se ha dejado por el camino un cuarto de millón de habitantes desde
enero de 2008 hasta enero de 2018.»
No se despueblan
las pequeñas poblaciones; esas ya se despoblaron hace mucho, salvo tal vez esos lugares especiales que han entrado en la lista turística de los "pueblos más bonitos de España". Ahora se están
despoblando las cabeceras comarcales y las capitales de provincia, quizá porque no son tan "bonitas". Allí la
actividad económica es mortecina, la penuria crece, la protección social
disminuye, la sanidad pública no alcanza debido al recorte de medios, y la
privada no invierte por falta obvia de rentabilidad: poca gente, y envejecida.
Los ferrocarriles se estropean, no hay presupuesto para reparar las carreteras descarnadas,
cierran los comercios en las calles mayores, y en los bancos de las plazas al
sol los supervivientes comentan entre ellos la existencia dudosa, en lejanos lugares
míticos, de quimeras con nombres fantásticos que nadie ha visto nunca: Cabify,
Uber, Airbnb, Amazon.
En la realidad
superestructural, la que hoy mismo tiene como focos de atención prioritarios el
Congreso de los Diputados y el Tribunal Supremo, la de las banderas desplegadas
en los balcones y en las calles, la de los lazos amarillos y el “A por ellos”, el
movimiento aparece acelerado, y los amores y los odios resaltan pintados en colores vivos. Cuánto amor a España, cuánto a Cataluña, cuánto odio recíproco,
cuánto futuro invocado a golpe de tachunda.
En la realidad
estructural hay desertización, cambio climático, migraciones interiores,
despoblamiento, falta de oportunidades. Y las voces que resuenan en el presente
hueco de tantas porciones tan amadas de nuestra tierra, son del siguiente tenor:
«No hay alternativa», «Es el mercado», «Esto es lo que hay». «Ya puedes espabilar».
Y los habitantes de la España interior espabilan: emigran a los centros
turísticos costeros o a Madrid, rompeolas nostálgico de todas las Españas, para
disputar a otros emigrantes venidos de fuera el privilegio de un curro precario
en la barra de un bar o en el servicio de limpieza de un hotel. Guerra entre
pobres.
Dos velocidades
para una realidad. Las palabras vuelan, los líderes sostienen un día lo
que al siguiente desmienten sin sentir por ello ninguna sensación de culpabilidad
especial. Hoy el PP confirma oficialmente que había mentiras en el manifiesto
que se leyó en la plaza de Colón, y al mismo tiempo abre una web para “mantener vivo el espíritu de Colón”. No ven en ello ninguna contradicción.
Mientras, los datos
del censo demográfico, los del empleo, los de la distribución geográfica de la
renta per cápita, las mediciones del agujero del ozono, siguen consolidándose
de día en día, sin que nadie atienda a la realidad cruda que dibujan. Amor virtual
a España en las bocas de todos; y una España desnuda
y olvidada detrás de la fanfarria montada para ocultar las úlceras profundas
del presente.