martes, 19 de febrero de 2019

PRECARIEDAD ESTRUCTURAL


Gabriel Flores, un economista solvente, publica en Nueva Tribuna un estudio (1) sobre la polarización en curso del trabajo asalariado. En sustancia: en España, pero también en otros países de referencia (Francia, Alemania, Italia, Reino Unido y EEUU) crece a buen ritmo el empleo muy cualificado y bien remunerado; crece algo (y mal) el empleo no cualificado, y se derrumba el universo del empleo de cualificación media, el predominante en la industria “tradicional” por llamarla de alguna manera.

Conclusión: se ha producido una mutación decisiva en la composición del mercado de trabajo realmente existente. La causa inmediata que ha acelerado el fenómeno ha sido la puesta en marcha en occidente de una estrategia de austeridad y devaluación salarial a partir de la crisis global del año 2008; en ese marco se inscriben las sucesivas reformas laborales españolas, que desregularon el mercado, marginaron a los sindicatos y pusieron en manos de la gestión empresarial todos los instrumentos con que podía soñar para salir a flote a costa del factor trabajo, hasta entonces considerado un activo patrimonial de las empresas y que desde entonces ha pasado en los instrumentos de contabilidad a formar parte del pasivo.

Si solo se tratara de esto estaríamos hablando de una situación coyuntural. La mutación, sin embargo, tiene causas de fondo más profundas, estructurales. Dice Flores: «Las tendencias mencionadas no son nuevas, muchas de ellas son visibles y actúan desde hace al menos tres décadas. Lo nuevo es su intensidad y su amplitud. El desarrollo y la aplicación de la robotización y las nuevas tecnologías digitales se han sumado a los anteriores movimientos de deslocalización de actividades productivas hacia las economías emergentes de bajos salarios para intensificar los procesos de polarización del mercado laboral, fragmentación de la clase obrera, dispersión salarial y, especialmente, precarización del empleo.»

Hace ya algunos años nos avisó de lo mismo José Luis López Bulla, en un escrito, “La parábola del sindicato” (2), que no ha tenido el eco y la repercusión que merecía. Dice así Bulla: «La madre del cordero no es la globalización, sino la revolución industrial de esta fase con sus consecuencias de innovación y reestructuración, y de ahí debe partir el sindicalismo confederal desde el centro de trabajo, que llamaremos ecocentro de trabajo, en continua mutación.»

No es mi intención repetir análisis que están al alcance de cualquier lector interesado. El único objeto de esta reflexión a contrapunto consiste en lo siguiente: recalcar que también la surgencia de empleo “de calidad” altamente cualificado en el actual panorama del mercado de trabajo va marcada a fuego con el signo de la precariedad. En el mundo, posiblemente; pero muy en particular en España, donde la laxitud legal hacia los comportamientos del empresariado ha desembocado en una picaresca peculiar.

Ha desaparecido, o casi, el concepto de “puesto de trabajo”, referido a una tarea prevista y programada sobre la base de objetivos a medio y largo plazo. La instantaneidad, el cortísimo plazo, se impone. Las plataformas como Uber, pero también las empresas tradicionales para trabajos que requieren conocimientos muy cualificados, tanto en las técnicas de producción como en la gestión y en la asesoría, acuden al mercado de trabajo a partir de sus necesidades inmediatas, y espigan en el gran contenedor de la fuerza abstracta de trabajo disponible aquello que se ajusta a sus conveniencias en cuanto a la tarea a realizar y al tiempo disponible para ello. Como el contrato laboral, tal como está legislado, no se adecua a este tipo de práctica, se recurre al repertorio comercial y a la ficción del freelance o autónomo que contrata libremente servicios para varios dadores de empleo.

Pero suele añadirse en el contrato, de forma explícita o implícita, la condición de la disponibilidad permanente del oferente del servicio. Ha de estar a punto cuando se le llame, y en la práctica se le hace imposible trabajar para varios dadores de empleo e imponerles sus propias condiciones. Se encuentra así en una posición de desigualdad manifiesta y de indefensión legal; es un rehén del empresario, y este remunera sus servicios generosamente en el mejor de los casos, pero no le paga el tiempo de espera, todos los huecos temporales cortos o largos en los que no lo necesita.

Tampoco le paga, obviamente, los gastos de prevención social. Desde los tiempos en que las empresas se concebían como grandes familias, e incluso era de rigor tener de forma permanente a pie de taller un médico de empresa al frente de una enfermería, ha habido una progresiva dejación de responsabilidades sociales por parte de las empresas.

No ha sido la única dejación de responsabilidades: apunten además la de las obligaciones fiscales, que se eluden mediante el establecimiento de las sedes centrales en paraísos fiscales a los que se exportan los beneficios obtenidos a partir de una fuerza de trabajo doblemente expoliada: por mal pagada, y porque ve recortado su bienestar social personal y comunitario debido al fraude fiscal de la firma para la que trabaja.

Se dan incluso picarescas más curiosas aún. Oigamos, para terminar este breve repaso a la precariedad estructural, lo que dice Norma, una trabajadora de cierta cualificación, en un libro reciente sobre los “parados en movimiento”: «Algunas empresas posiblemente estén sustituyendo el gasto en investigación, basada en entrevistas o en grupos de discusión, y destinada a conocer las necesidades de sus posibles clientes, por entrevistas de trabajo, elaboradas y no pagadas, en las que las ideas de los candidatos ya sirven para ‘oler’ el mercado. El trato impersonal, el mail en lugar de la llamada, o el cara a cara. ‘Ya te llamaremos’ y la llamada que no llega nunca. Es un juego perverso, en el que se va perdiendo la esperanza, la alegría, el futuro.» (3)




(3) Pere Jódar y Jordi Guiu: Parados en movimiento. Historias de dignidad, resistencia y esperanza. Icaria, Barcelona, 2018. Pág. 41.