viernes, 1 de febrero de 2019

LECCIONES URGENTES DE DEMOCRACIA


Dice la leyenda áurea que el maestro Ciruela no sabía leer y puso escuela. La hazaña está a punto de ser superada por el maestro Quim Torra, que ha exigido a Pedro Sánchez, en inglés y en catalán, “valentía y coraje” para emprender cambios democráticos en España.

Tales cambios democráticos no irían encaminados a beneficiar a los españoles, sino a los únicos que importan en este pleito, los catalanes. No a todos los catalanes, sin embargo, sino solo a aquellos que anhelan independizarse de España. Los derechos políticos que puedan tener tanto los españoles propiamente dichos como los catalanes españolistas, para Quim Torra son mero “flatus vocis”; quiero decir, que le traen sin cuidado. Tales derechos no formarían parte, según su doctrina, de la democracia globalmente considerada. Lo ha dicho, o lo ha dejado entender, tanto en catalán como en inglés.

Torra ha hablado desde el Salón Gótico del Palau de la Generalitat, y rodeado por todo su gobierno. La suya ha sido una declaración institucional solemne, en la que ha apelado a la comunidad internacional, a todos los catalanes y a todos los demócratas. No a los españoles; los españoles, lamentablemente, no tienen remedio y deben ser dejados de lado, procurando que no molesten o que molesten lo mínimo exigible.

Quizá por esa razón, Torra ha hablado en inglés y en catalán.

Democracia es votar, argumenta Torra, que defiende por esa razón la jornada del 1-O. Allí se votó, y de ahí emana un mandato preciso que es imperativo tanto para quienes votaron como para quienes no votaron, para quienes consideran suficientes las garantías que rodearon el acto, como para quienes las impugnan en base precisamente a la doctrina decantada durante siglos en lo que viene en llamarse la comunidad internacional o, con mayor rimbombancia, el concierto de las naciones.

Democracia es votar, sostiene Torra, pero no lo es contar luego los votos. Si se ha reunido un buen puñado, ya es suficiente, por más que en repetidos comicios no se haya llegado nunca ni siquiera al 50% del total de los sufragios emitidos, y menos aún respecto del censo de catalanes con derecho a voto. Todo ello por no hablar de los derechos, meramente teóricos, de los españoles crecidos acá o acullá del Ebro, a terciar en la cuestión.

Ha profetizado Quim Torra que el juicio que en breve va a iniciarse a políticos catalanes presos o ausentes, «cambiará para siempre nuestro país y su relación con el Reino de España». Habida cuenta de quien lo dice, de que lo dice en inglés, y de la propuesta que argumenta en su discurso, se trata de una profecía autocumplida. Nuestro país ya ha cambiado, si no para siempre, sí para una temporada larga. Las posiciones diferenciadas, legítimamente defendibles en una democracia que me atrevería a calificar de “normal”, pero que no es la democracia de Quim Torra, ya han cristalizado aquí en una división abismal. Ya no cuentan todos los votos para decidir un porvenir común, sino que unos votos son valiosos y otros execrables, en la decisión de un porvenir que no tiene nada de común.

Quim Torra ha concluido su declaración asegurando que no va a retroceder ante la «oleada represiva», no se sabe muy bien en referencia a qué, y defendiendo «la democracia, la no violencia, la justicia y la libertad.»

Así sea. Para todos.