Ahora que incluso
Mariano Rajoy se ha subido al tren en marcha de la reforma constitucional, va a ser
cosa de retocar el artículo 14. Ese que dice: «Los españoles son iguales ante
la ley», etc. Conviene hacer constar en el más alto nivel que los españoles somos
desiguales de hecho, como se puede comprobar por mil detalles cotidianos. Para
que nadie se llame a engaño, el artículo citado de la ley de leyes debería
quedar redactado del modo siguiente: «Los españoles son desiguales ante la ley,
porque quien manda, manda.» Escueto y comprensible a todos los niveles.
Vamos a la
casuística. El otro día mencionaba dos casos: el de Esperanza Aguirre y los
guardias de tráfico, y el de Rodrigo Rato recibido en su despacho por el
ministro del Interior. La prensa reciente trae otros varios, idénticos en lo sustancial.
Uno, Isabel Pantoja es denunciada por gozar de privilegios en su vida penitente.
La respuesta de Interior es el traslado a otro centro de la reclusa que
encabezó las protestas por el trato privilegiado a Pantoja, el cual ha sido
negado por activa y por pasiva. Como si el hecho de apartar de su entorno a la
que molesta no fuera ya de por sí un privilegio especialísimo.
Paralelamente hemos
visto fotografías de la “celda” en la que fue recluido el guardia civil Tejero
después de su intento de golpe de Estado. No es una celda igual a las otras; ni
siquiera parecida. Las causas que abonan en este caso particular la diferencia
entre un reo y los demás merecerían una consideración más pormenorizada, pero
peor es meneallo.
Y también está el
caso del ex fiscal general del Estado, Eduardo Torres-Dulce, al que el gobierno
ha eximido del plazo establecido de dos años para atravesar las invisibles puertas
giratorias que separan el dominio público del privado, a fin de que pueda
entrar a formar parte de inmediato del muy prestigioso bufete de abogados
Garrigues.
Hay otros casos recientes
en los que el argumento de la ejemplaridad necesaria en las conductas públicas
ha gozado de mayor audiencia por las distintas partes implicadas. Por ejemplo, el
del jefe de bomberos de Ronda que se llenó su piscina particular con agua del
camión cisterna del cuerpo, y que ha sido relevado de su cargo. O el del muchacho
de veinte años y sin experiencia que fue contratado como asesor del área de
Sanidad del gobierno balear, y que dimitió de propio impulso al darse cuenta
del eco escandaloso de su nombramiento en la calle.
Entonces, y en
resumen, una de dos: o bien se cumple de una puta vez el artículo 14 de la
Constitución, en su integridad y sin casuismos ni excepciones ni cirios a santa
Rita de Casia; o bien se cambia el enunciado, y por lo menos todos sabemos a
qué atenernos. Quedará francamente feo, pero los padres de la patria que
pergeñen el desaguisado habrán cumplido con el deber prescrito de transparencia
en el uso del poder, y les quedará el recurso de ponerse de perfil, mirar al
tendido de sol y sombra, y dar la callada por respuesta desde la más acrisolada
presunción de legitimidad, cuando arrecien las críticas de los descamisados de
siempre.
Y ustedes que lo
vean.