Ocurra lo que
ocurra en las próximas elecciones generales, parece claro que para el año que
viene el gobierno no dispondrá del rodillo parlamentario que ahora le permite
gobernar y legislar por el resolutivo procedimiento del aquí te pillo, aquí te
mato. La edad de oro de la «herencia recibida» concluye sin remedio, de modo
que el gobierno actual ha empezado a preparar, por la vía presupuestaria, la
herencia que recibirá el gobierno que viene.
En este punto
crítico de su trayectoria política, Mariano Rajoy,
genio y figura hasta la sepultura, sigue fiel a su prurito empecinado de
predicar sentido común y al mismo tiempo cabalgar en la ocurrencia.
Apenas unos días después de regañar a los políticos que prometen lo que no pueden cumplir, nos propone unos presupuestos generales del Estado que lo son todo
menos sensatos, prudentes y equilibrados. Son, en una palabra, incumplibles. Según los expertos, se han hinchado de forma
desmesurada las perspectivas de ingresos. Por poner un ejemplo menor, se estima
para 2016 un crecimiento del 6,7% en las cotizaciones de la Seguridad Social
respecto al año actual, a pesar de la constatación de que de enero a junio de
2015 ha habido un desfase de 4.000 millones por debajo de las cifras
presupuestadas.
A cambio, los
presupuestos se permiten alegrías en el gasto, como corresponde a un periodo
preelectoral en el que conviene mimar al elector. Sin embargo, según la
coletilla añadida en su momento a la intocable Constitución española por
exigencias de los órganos dirigentes de la Unión Monetaria europea, tanto las
administraciones autonómicas como la del Estado están obligadas a un riguroso
equilibrio financiero. El año próximo se reducirán las cotas tolerables de
déficit por debajo del nivel del año actual, cuando el incumplimiento está ya
cantado.
Desde esta perspectiva,
«el próximo gobierno se verá obligado a adoptar duras medidas de austeridad»,
ha anticipado Carlos Martín, director del
estudio económico de CCOO. De la misma opinión es el economista José Carlos Díez, nada sospechoso de izquierdismo
radical: «El que gane las próximas elecciones tendrá que hacer unos
presupuestos nuevos.» No importa, les responde indirectamente el ministro de
Finanzas Cristóbal Montoro: «El nuevo gobierno
podrá contar con este presupuesto o lo podrá modificar, como se hace con
cualquier ley.»
Se trata, en
definitiva, de pasar el rodillo parlamentario por última vez y hacer aprobar por
la brava unos presupuestos fantasiosos que no van a sobrevivir más allá del mes
de enero, cuando entre en funciones el gobierno que venga, y venga de donde venga.
Hasta entonces, hasta el día de las elecciones, el gobierno actual dispondrá de
un pequeño fondo suplementario, lo que en Cataluña llamamos un raconet, para seducir con espejuelos de
bonanza económica a la sufrida y eviterna mayoría silenciosa.
A eso lo llaman perspectiva
algunos, y patriotismo otros. Pues qué bien.