Señores de la Liga,
este es un respetuoso ruego dirigido a quien corresponda: minuto y medio de
imágenes como resumen de un partido de fútbol es una cochambre. Auméntennos la
cuota de disfrute en abierto, a ustedes no les va de un millón de más o de
menos de beneficios, y para nosotros los jubilados esos segundos son la sustancia
misma de la vida.
Un partido de
fútbol dura noventa minutos. Más en realidad, si contamos el tiempo añadido al
final de los dos tiempos, pero omito ese plus en beneficio del argumento.
Resulta entonces que noventa segundos de imágenes representan un sesentavo del
tiempo total jugado, un segundo de cada minuto. Imaginen entonces que un
partido se meten cinco o seis goles. El disfrute moderno del gol exige verlo
desde todos los ángulos: desde detrás, desde delante, desde derecha e
izquierda, y desde arriba con cámara cenital. Son cinco tomas mínimas por cada
gol. Con seis goles, explíquenme adónde se van los noventa segundos si se
quiere ilustrar cada uno de ellos como conviene.
Y eso no es más que
el principio del asunto. Un partido de fútbol es ante todo un combate
estratégico, cada entrenador dispone sus piezas sobre el campo buscando líneas
de fuerza, situaciones de superioridad, trivotes en la medular, líneas
defensivas inexpugnables y otros artilugios que con mucho gusto podríamos
explicarles en el Senado que se reúne puntualmente todos los fines de semana en
el bar Raíz cuadrada de menos uno de la muy noble villa cuatriarcada de
Parapanda. Reducir la materia prima en la que se basan nuestros profundos análisis
dominicales a noventa segundos de visionado es añadir el insulto a la afrenta.
Nos dejan ustedes inermes al pie de los caballos de los comentaristas
deportivos, esa especie sarnosa, corrompida, mendaz, rastrera, vendida a
intereses inconfesables, que representa el punto más bajo al que ha caído la
especie humana en su degradación multisecular.
¿Cómo deducir, por
poner un ejemplo reciente, si el joven Gerard Piqué, tal vez mal aconsejado,
faltó al respeto al trencilla en el partido de vuelta de la Supercopa, o bien
si, como sostenemos algunos, se limitó a apuntar al coequipier con el que debía
intercambiar posiciones en las maniobras de contraataque, “Permutas tarde”, y
el linier que lo oyó desde alguna distancia entendió “tu puta madre”, cosa muy
fea de decir según sentencia unánime de la objetiva y enterada parroquia
parapandesa? Para llegar a una conclusión inequívoca sobre el conflicto sería
preciso pasar varias veces la imagen al
relantí y leer de forma adecuada el movimiento de los labios. Noventa
segundos son insuficientes aunque se limiten únicamente a mostrar ese mínimo detalle.
Imaginen, señores
de la Liga, que solo se permite mostrar al público una sesentava parte de los
frescos del Juicio final de Miguel Ángel en la capilla Sixtina; o para traer a
cuento un ejemplo más próximo, una sesentava parte de la Maja de Goya (la
vestida, evidentemente). La primera cuestión es qué parte diminuta, en concreto,
puede aspirar a representar el todo. La segunda, qué idea podrá hacerse del
conjunto el pobre espectador reducido a tan escaso alimento espiritual. Mutatis
mutandis, tal es el caso del fútbol.
Nos están
condenando ustedes al pay per view. Y
eso, óiganlo bien, jamás de los jamases. Ya nos vemos obligados al copago de
las medicinas que nos recetan los interinos y los becarios de los CAP, y a recurrir
a la familia para disponer de la atención adecuada a nuestras numerosas
minusvalías. Pagar además por el fútbol semanal es una línea roja que no
estamos dispuestos a atravesar. Lo decimos sin amenazas y sin jactancias, pero
muy alto y claro: no abusen más de nuestra paciencia, no nos pongan
temerariamente a prueba. Jubilados unidos jamás serán vencidos.