El profesor Antonio Baylos ha publicado en su blog una reflexión
en dos etapas, que ha titulado respectivamente Normación bilateral del trabajo y solución autoritaria, Notas de
lectura I, y Representación y
delegación sindical. Notas de lectura II (1). El atractivo singular que presentan
los dos textos corresponde sobre todo a su enfoque: son textos “corsarios”, es
decir, desbordan el ámbito disciplinar en el que se mueve de ordinario el
especialista, para otear un horizonte de una mayor anchura metodológica, más
allá de los límites fijados por las costumbres y las convenciones académicas.
Señala Baylos dos circunstancias
aparecidas recientemente en el ámbito de la prestación de trabajo y de la
elaboración de la normativa jurídica correspondiente. De un lado, se restringe
cada vez más el ámbito de la negociación colectiva, es decir del consenso –
siempre provisorio – de las partes como base de un compromiso bilateral que
deviene norma jurídica aplicable de forma prioritaria entre las partes e
incluso más allá de ellas; se aparta a los sindicatos como sujetos negociadores;
se reduce el ámbito de aplicación de las normas consensuadas (los convenios)
para eliminar hasta la sombra de una posible eficacia general de los mismos, y
se recurre a la solución autoritaria, judicial, para imponer a las partes – por
lo común, a una de ellas en particular – unos criterios ajustados a lo que se
considera deseable según la gobernanza económica.
Eso de un lado. Del
otro, se está produciendo un desajuste en los criterios de representación de
los sindicatos, o más bien, como señala Baylos con agudeza, en las formas y
condiciones de la delegación que desde
los centros de trabajo se hace expresa o tácitamente a los aparatos sindicales
centrales. Se trata de una cuestión no menor, porque señala la condición de
ficción jurídica de algo que venía aceptándose como un hecho enteramente
natural: me refiero a la representatividad global, en bloque y erga omnes, de
los sindicatos en relación con todo un pluriverso laboral cada vez más escindido
y fragmentado.
Las dos reflexiones
de Baylos están repletas de sugerencias que conducen a posibles ramificaciones
y corolarios. No es mi intención discutir toda esa materia aquí, sino añadir al
puchero en ebullición un ingrediente más.
Es el siguiente: la
forma del trabajo ha cambiado. El proceso de producción se mueve en coordenadas
muy diferentes a las del paradigma fordista, gracias a la introducción masiva
de nuevas tecnologías que lo han sofisticado, flexibilizado, agudizado, miniaturizado
si se quiere, hasta extremos impensables. Contamos con máquinas no solo más
potentes, sino mucho más polivalentes y versátiles. Eso significa un trabajo humano
también más potente, más flexible y más versátil.
Veamos lo que
quiero decir, con un ejemplo simplificador pero expresivo. En la época de don
Henry, el objetivo de la fábrica de la Ford Motor Company en Detroit podía ser
la de fabricar ciento cincuenta mil Modelo T al año. Se suponía que el mercado
absorbería esa cantidad, dado el precio abaratado que era posible ofertar a
través de la producción en masa. Con muy escasas sofisticaciones. Cuando le
preguntaron si el cliente podría elegir el color de su automóvil, Ford
contestó: «Desde luego, siempre que lo elija negro.»
Hoy se decide cuál
va a ser la pauta de producción del mes próximo en función de los datos y de
las demandas concretas que llegan al departamento comercial: pueden ser 20.000
automóviles nuevos, o bien 80.000; puede haber mayoría de tonos crema, azules o
plateados; pueden variar para cada cupo los modelos, las cilindradas, los
accesorios; una gigantesca red de empresas subsidiarias se pondrá a trabajar en
función de los parámetros exigidos; algunas se quedarán con los brazos
cruzados, o incluso habrán de cerrar las puertas. Una red de distribución
comercial más gigantesca todavía se encargará de suministrar las unidades
correspondientes a los puntos de venta. La acumulación de stocks es una
eventualidad impensable, para la próxima temporada los estándares de antojo y
de satisfacción del cliente habrán cambiado por completo.
La forma del
trabajo ha cambiado, todo se desarrolla en la trepidación y el estrés de una
competencia feroz en la que la cuota de mercado se juega cada día de nuevo al
todo o nada. Y ese nuevo clima afecta de forma sustancial a la relación
laboral. Es algo que tienen que asimilar tanto los trabajadores y sus
representantes como los dadores de trabajo y los suyos, y también los
estamentos responsables de la gobernanza de las economías estatales. Estamos en
un terreno inédito, y los estándares de funcionamiento óptimo de la producción
y de la relación laboral solo podrán alcanzarse a partir de un esfuerzo de
resituación, o de refundación, de instituciones de trayectoria histórica
probada, pero para las que la adaptación al nuevo entorno se ha hecho
inexcusable.