martes, 11 de agosto de 2015

LA FORMA DEL TRABAJO


El profesor Antonio Baylos ha publicado en su blog una reflexión en dos etapas, que ha titulado respectivamente Normación bilateral del trabajo y solución autoritaria, Notas de lectura I, y Representación y delegación sindical. Notas de lectura II (1). El atractivo singular que presentan los dos textos corresponde sobre todo a su enfoque: son textos “corsarios”, es decir, desbordan el ámbito disciplinar en el que se mueve de ordinario el especialista, para otear un horizonte de una mayor anchura metodológica, más allá de los límites fijados por las costumbres y las convenciones académicas.
Señala Baylos dos circunstancias aparecidas recientemente en el ámbito de la prestación de trabajo y de la elaboración de la normativa jurídica correspondiente. De un lado, se restringe cada vez más el ámbito de la negociación colectiva, es decir del consenso – siempre provisorio – de las partes como base de un compromiso bilateral que deviene norma jurídica aplicable de forma prioritaria entre las partes e incluso más allá de ellas; se aparta a los sindicatos como sujetos negociadores; se reduce el ámbito de aplicación de las normas consensuadas (los convenios) para eliminar hasta la sombra de una posible eficacia general de los mismos, y se recurre a la solución autoritaria, judicial, para imponer a las partes – por lo común, a una de ellas en particular – unos criterios ajustados a lo que se considera deseable según la gobernanza económica.
Eso de un lado. Del otro, se está produciendo un desajuste en los criterios de representación de los sindicatos, o más bien, como señala Baylos con agudeza, en las formas y condiciones de la delegación que desde los centros de trabajo se hace expresa o tácitamente a los aparatos sindicales centrales. Se trata de una cuestión no menor, porque señala la condición de ficción jurídica de algo que venía aceptándose como un hecho enteramente natural: me refiero a la representatividad global, en bloque y erga omnes, de los sindicatos en relación con todo un pluriverso laboral cada vez más escindido y fragmentado.
Las dos reflexiones de Baylos están repletas de sugerencias que conducen a posibles ramificaciones y corolarios. No es mi intención discutir toda esa materia aquí, sino añadir al puchero en ebullición un ingrediente más.
Es el siguiente: la forma del trabajo ha cambiado. El proceso de producción se mueve en coordenadas muy diferentes a las del paradigma fordista, gracias a la introducción masiva de nuevas tecnologías que lo han sofisticado, flexibilizado, agudizado, miniaturizado si se quiere, hasta extremos impensables. Contamos con máquinas no solo más potentes, sino mucho más polivalentes y versátiles. Eso significa un trabajo humano también más potente, más flexible y más versátil.
Veamos lo que quiero decir, con un ejemplo simplificador pero expresivo. En la época de don Henry, el objetivo de la fábrica de la Ford Motor Company en Detroit podía ser la de fabricar ciento cincuenta mil Modelo T al año. Se suponía que el mercado absorbería esa cantidad, dado el precio abaratado que era posible ofertar a través de la producción en masa. Con muy escasas sofisticaciones. Cuando le preguntaron si el cliente podría elegir el color de su automóvil, Ford contestó: «Desde luego, siempre que lo elija negro.»
Hoy se decide cuál va a ser la pauta de producción del mes próximo en función de los datos y de las demandas concretas que llegan al departamento comercial: pueden ser 20.000 automóviles nuevos, o bien 80.000; puede haber mayoría de tonos crema, azules o plateados; pueden variar para cada cupo los modelos, las cilindradas, los accesorios; una gigantesca red de empresas subsidiarias se pondrá a trabajar en función de los parámetros exigidos; algunas se quedarán con los brazos cruzados, o incluso habrán de cerrar las puertas. Una red de distribución comercial más gigantesca todavía se encargará de suministrar las unidades correspondientes a los puntos de venta. La acumulación de stocks es una eventualidad impensable, para la próxima temporada los estándares de antojo y de satisfacción del cliente habrán cambiado por completo.
La forma del trabajo ha cambiado, todo se desarrolla en la trepidación y el estrés de una competencia feroz en la que la cuota de mercado se juega cada día de nuevo al todo o nada. Y ese nuevo clima afecta de forma sustancial a la relación laboral. Es algo que tienen que asimilar tanto los trabajadores y sus representantes como los dadores de trabajo y los suyos, y también los estamentos responsables de la gobernanza de las economías estatales. Estamos en un terreno inédito, y los estándares de funcionamiento óptimo de la producción y de la relación laboral solo podrán alcanzarse a partir de un esfuerzo de resituación, o de refundación, de instituciones de trayectoria histórica probada, pero para las que la adaptación al nuevo entorno se ha hecho inexcusable.