lunes, 24 de agosto de 2015

UN PLAN "B" PARA EUROPA


La lección más clara y más contundente de la crisis griega aún en curso, es la capacidad desmesurada del Banco Central Europeo y de las instituciones concomitantes para torcer la voluntad democrática de un país miembro y forzarle a seguir por las malas la senda marcada y bendecida por una oligocracia financiera.
Ha sucedido por dos veces en Grecia, una por lo menos en Italia, y de forma más difusa un poco en todas partes. Ahora se tiende a criticar a Alexis Tsipras por presentarse al ultimátum del Eurogrupo sin un plan B, y tener que envainársela en el primer asalto. Es difícil, sin embargo, contar con un plan B frente a las baterías de artillería pesada que desplegó la Eurozona, sin una sola fisura interna y con la sancta simplicitas añadida de voluntarios que se apresuraron a añadir su propia ramita a la pira, tal y como hizo en 1415 la viejecita de Constanza cuando se quemó en público al hereje Jan Hus.
El momento crítico ha pasado, pero volverá. Habrá nuevos vencimientos de plazos, nuevas solicitudes de prórrogas y de quitas, nuevo rechinar de cadenas y crujir de dientes. Por eso sería inexcusable seguir todo este tiempo sin un plan B.
Pero no un plan B para Grecia, sino para Europa. Para Europa con Grecia incluida en ella, naturalmente. Con esta Europa, señores, no vamos a ninguna parte. Con tasas de desempleo agobiantes, con índices crecientes de empleo basura, con una juventud sin futuro, y con una tercera edad en aumento, desprovista de recursos y de asistencia y con pensiones menguantes, el señuelo de un futuro neoliberal no da para mucho. Hay una ira creciente, que poco a poco pierde en la desesperanza sus perfiles constructivos y se deja ir hacia la antipolítica o hacia la pura barbaridad. Hoy son los islamistas; mañana pueden ser otros grupos los que recurran a la dinamita y al kalashnikov. Disculpen si ejerzo de agorero, pero tiéntense antes la ropa quienes me acusen de exagerar peligros.
Me parece interesante reflexionar sobre lo que plantea Oskar Lafontaine en un artículo titulado ¿Qué podemos aprender del chantaje al gobierno de Syriza? (1). Es cierto que el poder que otorga la moneda única a sus gestores es desmedido, abusivo y antidemocrático. Es cierto que la moneda única ha pasado de ser una fuente de prosperidad compartida a una ratonera en la que unos padecen para que otros se lucren. Es cierto que un sistema monetario europeo más flexible, con mecanismos de intervención y de equilibrio y redes apropiadas de seguridad, sería más efectivo que el reinado indiscutido del euro y se adaptaría mejor a la existencia de economías de muy diferentes volumen y características. La implantación de cambios en el sistema debería hacerse de forma gradual, pero empezando por desautorizar a los poncios que se han encaramado en la tribuna de la gobernanza europea y desde allí azuzan a los cuatro jinetes del apocalipsis neoliberal.
Un plan B para Europa tendría que constar de otros capítulos además del estrictamente monetario, y ninguno de ellos puede improvisarse de un plumazo o con una única reforma constitucional duradera para los próximos cuarenta años. La base del plan tendría que ser, como sugiere Lafontaine, la del principio de subsidiariedad. Todo aquello que pueda hacerse en los niveles inferiores de la pirámide europea, a partir de los mismos municipios, debe ser hecho allí, y además con la mayor autonomía posible. La delegación de competencias hacia arriba trae consecuencias nefastas no solo para la democracia, sino para la gobernanza misma de las cosas. Cuanto más lejano del suelo que lo sustenta, peor es la calidad del gobierno “menudo”; ocurre con él como con los alimentos, sujetos a la ley de la proximidad salvo raras y exóticas excepciones.
Y además de las cuestiones monetarias, y las económicas, y las propiamente políticas, el plan B para Europa debería incluir un amplio contenido de medidas de naturaleza social y laboral. La arquitectura del trabajo productivo, los niveles salariales, la participación de los trabajadores en las decisiones productivas, el radio de acción y las competencias de los sindicatos, deben ser regulados de forma unitaria aunque escalonada, y compatible para todo el ámbito europeo de modo que se amortigüen al máximo los efectos "llamada" y otras eventualidades indeseables. Deben ser regulados no de golpe, no por decreto, sino a través de una transformación molecular de las estructuras de decisión y de ejecución de los planes productivos, y con la participación de las administraciones implicadas.
Y lo mismo debe hacerse, de forma urgente, con todo el bloque de temas relacionados con la seguridad social y las pensiones. Una reflexión de ayer mismo de Joan Coscubiela (2) trae a cuento las bases muy sólidas de un posible plan B para las pensiones en Cataluña, en España y en Europa. Y señala la relación que existe entre los sistemas asistenciales y las economías productivas, y cómo los callejones sin salida de los primeros resultan ser salidas sin callejón cuando se abordan de concierto con las segundas.
En todas estas cuestiones la izquierda española y la europea tienen necesidad de incrementar su reflexión, pero sobre todo sus propuestas prácticas de gobierno. No hay compás de espera. A riesgo de equivocarnos mil veces, hemos de poner en pie con urgencia, por el procedimiento del ensayo y el error, uno o más planes B que refuten desde la base misma las verdades del barquero que nos están vendiendo los arúspices del libre mercado.