martes, 25 de agosto de 2015

LICENCIA PARA DESCONFIAR


El derecho a decidir no es nada si no va acompañado por la licencia para desconfiar. Estudien este enunciado bastante improvisado; podría haber en él un núcleo oculto, una porción cuantificable de verdad.
Lo digo por la incomodidad que me produce la última novedad puesta en órbita por la candidatura soberanista a las elecciones autonómicas catalanas. El cantautor Lluís Llach, un referente de la izquierda nacionalista autóctona, soñaba en voz alta en Girona con una futura fusión de los del Junts pel Sí con los del Sí es Pot, y Raül Romeva, a su lado, le acompañaba al bajo continuo con la vieja cantinela del Entre tots ho farem tot, entre todos lo haremos todo; desde el nombre del nuevo president hasta la forma del Estado propio, la constitución catalana in progress, las futuras relaciones sociales y los derechos ciudadanos, todo está aún por decidir y concretar, y qué gozo más grande hacerlo entre todos, en una gran comunidad armoniosa y bañada de luz.
Falsas unanimidades. Manel García Biel, sindicalista, intelectual y catalán ejerciente, se ha constituido en notario para dar fe verídica de los pormenores de la situación actual en un artículo cuya lectura recomiendo con fervor a todo aquel que quiera saber cuáles son las posturas reales en este envite: Lo que la lista de Mas quiere esconder (1).
Entonces, la democracia no se ejerce escondiendo debajo de la estelada las divergencias graves en la forma como se ha gobernado la nación y las perspectivas desde las que nuestros actuales gestores se proponen seguir gobernándola. Hacer abstracción de todas estas “minucias” para concentrarse todos en el acto salvífico de la independencia supone pedir a la ciudadanía un acto de fe ciega. Dar por supuesto que la gente sencilla, la buena gente, corregirá con su instinto recto las desviaciones y los desvaríos constatados de los políticos, que la “sociedad civil” (el término está, como tantos otros, desgastado por el mal uso, y a fecha de hoy es solo ruido y furia que nada significa) llevará a buen puerto la nave del flamante Estado propio a través de todas las tempestades, es menos que ideología. Es pura fabulación.
La democracia como arquitectura política no está basada en la confianza, sino al contrario. El político que pretende gobernar, para vencer la desconfianza inicial de los ciudadanos está obligado a ofrecer pruebas, garantías y compromisos fehacientes de lo que dice y de lo que se propone hacer y cambiar. La confianza, el respaldo popular, se gana en un proceso de debate duro, contra todas las objeciones y todas las inercias y todos los intereses creados que conspiran en la dirección contraria.
Por esa razón, quien toma como punto de partida la presunción de confianza sin restricciones en la bondad de “los nuestros” como única garantía de futuras actuaciones que no se detallan ni se avalan ni se comprometen de ninguna manera verificable, está en el mejor de los casos poniendo el carro delante de los bueyes; en el peor, dando indicios claros de su intención de jugar al trampantojo y la ocultación. Manel García Biel ha desgranado con rigor qué cosas son las que se desea ocultar en este caso concreto.