He hecho un hueco
en mi plan de lecturas veraniegas para releer La gente de Smiley, de John Le Carré.
Sin ninguna idea previa. El caso es que pasaron por la tele El Topo, con Gary
Oldman personificando a Smiley y Colin Firth
a Bill Haydon. El entusiasmo por la cinta me provocó el deseo de volver al
mundo de Smiley y paladear de nuevo su culminación.
Y me he encontrado
con la historia de un hombre colocado al margen de la institución que ha sido su
vida, y empeñado en la resolución de una cuestión pendiente que le resulta
personalmente importante pero de la que todos los mandos oficiales abominan. Ante
la negativa destemplada de los Enderby, los Lacon y demás altos funcionarios
del Circus, Smiley recurre para llevar adelante su investigación a la “gente” que
considera “suya”: funcionarios jubilados y enfermos, agentes despedidos y
desprestigiados, personas arrumbadas que guardan a pesar de todo en la memoria
los meandros de los tiempos en que las cosas se torcieron, en que las redes pacientemente
tejidas cayeron o se disolvieron, y las actividades en curso se clausuraron.
Algunos mueren en el intento, pero el colectivo de la "gente de Smiley" es capaz de
extraer consecuencias de los fracasos vividos en propia carne y alterar sus resultados porque sus componentes poseen memoria histórica, mientras que
la institución que les ha dado cobijo carece de ella, en absoluto. Para las instituciones la
memoria es solo un estorbo del que hay que desprenderse en aras de la eficacia
operativa.
La forma descrita por Le Carré de operar de la realidad comporta una especie de moraleja no referida solo a la época de la guerra fría, sino de orden más general. A saber: que el cambio en la historia se produce a partir de "gente" inadaptada al funcionamiento normal de las instituciones, porque estas tienden de suyo a la inmovilidad y a la desmemoria.
Hay en esa sugerencia una alabanza específica a la deslealtad, al rechazo de la "pertenencia" como horizonte cardinal de la vida de las personas. Se trata, con todo, tan solo de una hipótesis de trabajo. Sin embargo, vale la pena echar una ojeada a través de ese prisma a las cosas tan enredadas del ahora mismo.
La forma descrita por Le Carré de operar de la realidad comporta una especie de moraleja no referida solo a la época de la guerra fría, sino de orden más general. A saber: que el cambio en la historia se produce a partir de "gente" inadaptada al funcionamiento normal de las instituciones, porque estas tienden de suyo a la inmovilidad y a la desmemoria.
Hay en esa sugerencia una alabanza específica a la deslealtad, al rechazo de la "pertenencia" como horizonte cardinal de la vida de las personas. Se trata, con todo, tan solo de una hipótesis de trabajo. Sin embargo, vale la pena echar una ojeada a través de ese prisma a las cosas tan enredadas del ahora mismo.