Caballero, si su
intención o su gusto es hipotizar futuribles, no lo dude más, la herramienta gramatical
idónea para sus afanes es el futuro de subjuntivo.
(Un inciso: el
verbo “hipotizar” es un horrible barbarismo idiomático; la Real Academia alerta
contra su uso, y sugiere como preferibles “conjeturar” o, como mal menor, “hipotetizar”
que tampoco está admitido por los puristas ni consta en los diccionarios, pero
al menos sigue las reglas usuales del idioma para construir verbos a partir de
sustantivos. Si en la frase de arriba he preferido emplear la barbaridad de
moda, ha sido más que nada por joder.)
Volvamos al asunto que
nos ocupa con dos ejemplos. Usted, un caso, desea advertir al común de las
gentes que si se da el caso de que alguien pretenda pasar por culto sin serlo,
habrá de memorizar una larga jeri, o sea gonza, de palabras sin mucho sentido
pero que bien colocadas den lustre al discurso. Observe ahora cómo Quevedo despacha
el asunto en dos endecasílabos bien medidos: «Quien quisiere ser culto en sólo un día, / la jeri aprenderá gonza
siguiente…»
Atienda en
particular a ese «quisiere». Es un futuro de subjuntivo: la clave de bóveda de toda
construcción hipotética; el signo del futurible.
Vamos ahora a la
excepción que confirma la regla. De un poeta eximio pasamos a un poeta mecánico.
Juan de Mairena (heterónimo de Antonio Machado) analiza una composición
fabricada por una especie de organillo hipotético al que llama “aristón poético
o máquina de trovar”. La cadena de remisiones (del poeta a su heterónimo, del
heterónimo a la máquina) bastaría para ponernos en guardia sobre la probabilidad
de lo que afirma la composición en cuestión. Este es el texto parido a golpe de
manivela: «Dicen que el hombre no es
hombre / mientras no oye su nombre / de labios de una mujer. / Puede ser.» Señalemos
de pasada la doble sombra de duda proporcionada, a mayor abundancia, por la
propia máquina de trovar: el “dicen que” inicial, y el “puede ser” final, que
pertenece según Mairena al tercer pedal del registro del aristón, susceptible
de ser pulsado o no a voluntad del ejecutante, sin perjuicio del conjunto.
En el caso de que,
dado su carácter hipotético, conjugáramos dicha composición en futuro de subjuntivo,
sonaría así: «El hombre no fuere hombre / mientras no oyere su nombre / de
labios de una mujer. / Pudiérase.» Una plasta. Por fortuna, la gracia sevillana
de don Antonio arregló el desaguisado, y la coplilla, según he podido comprobar
en Google, sigue haciendo fortuna.
Todo lo anterior
viene a cuento de una anécdota reciente. Llevo varios días afligido por un ataque
no grave, pero persistente, de melancolía. Un amigo me paró ayer en la calle y
me preguntó si soy partidario de Podemos. Sacudí la cabeza.
– En todo caso – le
contesté –, sería partidario de Pudiéremos.