jueves, 13 de agosto de 2015

ORGASMOS


¿Por qué, entre tantos temas diferentes como existen, no hablar también de sexo? Con moderación, desde luego, como es norma de estas páginas. Con respeto por el decoro y el buen gusto, no faltaba más. Sin insistencias ni observaciones chabacanas, por descontado.
Hablemos.
He recibido en mi bandeja de entrada del correo electrónico un chiste. Hablan dos mujeres de cierta edad, sentadas en un jardín. Una de ellas pregunta: «¿Tú tienes orgasmos?» La otra contesta: «Miraré, pero creo que no. Tengo hortensias y gladiolos.»
La contrapartida. Este lo sé desde hace años. Dos caballeros considerablemente maduros charlan en la barra de un bar, delante de unas cervezas. Uno pregunta: «Tú también juegas al golf?» Respuesta: «No, yo todavía follo.»
Pueden parecer bromas crueles, pero al menos la primera contiene una metáfora delicada e incluso una intuición valiosa. Los orgasmos, en efecto, a una cierta edad conviene cultivarlos como los gladiolos de invernadero, milimetrando los nutrientes, el riego, la luz tamizada, el ambiente discreto, la música de fondo, la compañía adecuada.
Decía Gabriel García Márquez con bravuconería caribeña que el mejor remedio para la impotencia es una mulata joven y calurosa. Lo dudo. En todo caso la referencia responde a un concepto de orgasmo como performance deportiva, y lo que es peor, individual. A Gabo lo último que se le ocurrió es pensar en los orgasmos de la mulata. Y sin embargo, importan también. El amor (físico) es en todo caso un deporte de equipo, en el que la medalla se la cuelgan los dos partenaires. Muy diferente por ejemplo del salto con pértiga, en el que un armatoste de fiberglass impulsa al atleta para superar el listón colocado allá arriba. Utilizar a una mulata a modo de pértiga no puede ser recomendable. Amar (físicamente) no es una cuestión de potencia ni de superación individual, sino de sabiduría compartida, de complicidad, de cariño mutuo. Alguien dijo alguna vez que el genio es una larga paciencia; el orgasmo, a partir de los sesenta y tantos, también.
Mírenlo así. Y prueben a darles la vuelta a los chistes. La amiga pregunta a la mujer si le gustan los gladiolos, y ella contesta: «No, ni verlos, pero en cambio mis orgasmos son preciosos.» El vecino pregunta si aún folla al caballero maduro, que rápidamente precisa: «Vaya, ayer mismo me hice dieciocho hoyos sin un respiro.»