¿Por qué, entre
tantos temas diferentes como existen, no hablar también
de sexo? Con moderación, desde luego, como es norma de estas páginas.
Con respeto por el decoro y el buen gusto, no faltaba más. Sin insistencias ni
observaciones chabacanas, por descontado.
Hablemos.
He recibido en mi
bandeja de entrada del correo electrónico un chiste. Hablan dos mujeres de
cierta edad, sentadas en un jardín. Una de ellas pregunta: «¿Tú tienes
orgasmos?» La otra contesta: «Miraré, pero creo que no. Tengo hortensias y
gladiolos.»
La contrapartida.
Este lo sé desde hace años. Dos caballeros considerablemente maduros charlan en
la barra de un bar, delante de unas cervezas. Uno pregunta: «Tú también juegas
al golf?» Respuesta: «No, yo todavía follo.»
Pueden parecer
bromas crueles, pero al menos la primera contiene una metáfora delicada e
incluso una intuición valiosa. Los orgasmos, en efecto, a una cierta edad conviene
cultivarlos como los gladiolos de invernadero, milimetrando los nutrientes, el
riego, la luz tamizada, el ambiente discreto, la música de fondo, la compañía
adecuada.
Decía Gabriel
García Márquez con bravuconería caribeña que el mejor remedio para la
impotencia es una mulata joven y calurosa. Lo dudo. En todo caso la referencia
responde a un concepto de orgasmo como performance
deportiva, y lo que es peor, individual. A Gabo lo último que se le ocurrió es
pensar en los orgasmos de la mulata. Y sin embargo, importan también. El amor (físico)
es en todo caso un deporte de equipo, en el que la medalla se la cuelgan los
dos partenaires. Muy diferente por
ejemplo del salto con pértiga, en el que un armatoste de fiberglass impulsa al atleta
para superar el listón colocado allá arriba. Utilizar a una mulata a modo de pértiga no puede ser recomendable. Amar (físicamente) no es una
cuestión de potencia ni de superación individual, sino de sabiduría compartida,
de complicidad, de cariño mutuo. Alguien dijo alguna vez que el genio es una
larga paciencia; el orgasmo, a partir de los sesenta y tantos, también.
Mírenlo así. Y
prueben a darles la vuelta a los chistes. La amiga pregunta a la mujer si le
gustan los gladiolos, y ella contesta: «No, ni verlos, pero en cambio mis orgasmos
son preciosos.» El vecino pregunta si aún folla al caballero maduro, que
rápidamente precisa: «Vaya, ayer mismo me hice dieciocho hoyos sin un respiro.»