Aquí no se despacha
hoy. Si necesitan ustedes un análisis de urgencia de la carta abierta de Felipe González sobre los catalanes, recurran por
favor al blog de guardia para la jornada, Metiendo bulla, y más en concreto a:
A lo más que se
aviene este bloguero empecatado y multirreincidente es a una glosa somera de
tres puntos nodales de la filípica (¿deberíamos para el caso llamarla “felípica”?)
pergeñada por el maestro de Pineda de Marx. Son los siguientes:
1.- Sobre Felipe mismo.
Señala López Bulla la personalidad «aproximadamente ágrafa» de
Felipe. La observación es certera. Felipe González
no se prodiga en la escritura, todo lo contrario. Solo muy de tarde en tarde
destapa el tarro de las esencias, y en cada ocasión en que lo hace multiplica
las expectativas. O mucho me equivoco, o en la última ocasión en que paseó su
firma por los medios, trató con su peculiar estilo contundente de los peligros
del bolivarismo para la convivencia democrática. Hablaba de Venezuela, claro está, pero
sobre todo hablaba de otra cosa.
En esta ocasión, el
tema es el secesionismo. No cabe duda de que Felipe reserva sus intervenciones
escritas para las grandes ocasiones y los grandes enemigos políticos.
2.- Sobre el destinatario real de la epístola.
El apóstol Pablo de Tarso, gran precursor de Felipe González en las
tareas de salvaguardar las esencias del dogma revelado, dirigía sus
admoniciones a grupos eclesiales determinados: los corintios, los gálatas, los
tesalonicenses, los efesios. Felipe se dirige abiertamente a los catalanes. Sin
embargo, algo no acaba de encajar en la relación entre el mensaje y el
destinatario atribuido. Primero, porque de todos es sabido que a Felipe los
catalanes le han traído al pairo durante décadas, y así lo demostró de forma
consistente en sus quehaceres de gobierno cuando los ejerció. Segundo, porque
no hay en su carta mención a ningún tipo de alternativa viable a la secesión catalana
en ciernes, a pesar de que su partido sí defiende una política concreta, la
federal, en este terreno. Bulla lo expresa del modo siguiente: «… todo indicaría que González, con sus estudiadas
omisiones, está propinando un cogotazo a los federalistas del PSOE y a la
Declaración de Granada que, aunque insuficiente, es el planteamiento oficial.»
Se trataría, según la hipótesis planteada por
Bulla, de un disparo por elevación. Se apunta pretendidamente a la hijuela, los
catalanes en trance de entrar en una vía muerta; pero en realidad se está
avisando a la nuera, el comité de sabios del PSOE que prepara las propuestas del partido para
la reforma constitucional. ¿De qué se le avisa? De que antes muertos todos que
federales.
3.
La teoría felipista de la equidistancia.
No puede estar de acuerdo Felipe, y lo señala
con cierto arrebato, con una “equidistancia” entre «los que se atienen a la ley y los que tratan de romperla». El
primer grupo al que se refiere está meridianamente claro: se trata del Partido Popular, con el que
acaba de marcar distancias en el mismo párrafo. El segundo grupo, el de los que “tratan
de romper la ley”, no está ni mucho menos tan claro. Parece referirse a los
independentistas catalanes, pero no habla de romper España, sino de romper “la
ley”. La ley suprema, obviamente. La Constitución. Felipe está diciendo, o eso
es lo que cabe deducir de su modo de expresarse, de cierto no improvisado (como
se ha aclarado en el punto 1 de estas breves notas a pie de página), que no
está dispuesto a que se toque sustantivamente la arquitectura del Estado
dibujada en el articulado de la ley suprema de 1978. No está dispuesto él en
particular, ni por extensión lo están corporativamente otras personalidades
próximas a su muy amplio círculo de amistades y conocimientos.
Buscar la equidistancia, entonces, en esta
fraseología particular, significaría dar pasos hacia un terreno de encuentro y
de acuerdo entre concepciones y opiniones distintas sobre la forma y el encaje
de las instituciones. Negar la equidistancia entre los que se atienen a la ley
y los que quieren romperla, supone ni más o menos que plantarse en donde
estamos; en el mismísimo marasmo en el que chicolea Don
Tancredo Rajoy.
Así lo han percibido también varios analistas
y políticos en activo, que reprochan a Felipe el que se alinee en esta
encrucijada decisiva con la derecha. Se supone que, si tal anàlisis es
incorrecto, habrá un desmentido.