Existen muchas
probabilidades de que los esfuerzos del gobierno de Alexis
Tsipras por romper con un modo peculiar de dirigir la economía y de
gobernar Europa se vean abocados al fracaso. Eso habremos perdido Grecia,
España (donde las posibilidades de la izquierda plural se verán reducidas a un
estrechísimo campo de maniobra), Europa, y en definitiva una forma de entender
el mundo, la sociedad y las relaciones de poder.
Pero la derrota de
Tsipras aún no está escrita. Cuando se presentó a la negociación armado con el
No al acuerdo, refrendado en un referéndum impecable, la troica y sus
franquicias optaron por apretarle más aún las tuercas.
(Un paréntesis sobre
esas franquicias. Recuérdese el discurso durísimo, en ese momento, de Martin Schultz, jefe de filas del grupo socialista en
el parlamento europeo, que antepuso el Deutschland
über alles a su doble condición de socialista y de responsable europeo.
Recuérdese cómo Portugal e Irlanda se escondieron debajo de las piedras. Recuérdense
las cabezas gachas de François Hollande y de Matteo Renzi. Recuérdense los aplausos coincidentes de
PP y PSOE al Eurogrupo, y la muy tibia respuesta de las izquierdas “alternativas” españolas. El
error de cálculo de Tsipras en aquel momento fue creer que su oposición,
avalada por una mayoría importante de su pueblo e impecablemente democrática, arrancaría
apoyos explícitos de las instancias progresistas de otros países, y abriría
brecha en una Mitteleuropa
hegemónica y en una gobernanza europea germanizada. Lo cierto es que los
estados cerraron filas en el respaldo a la mariscala. Se humilló a Grecia a ciencia
y a conciencia, y nadie rechistó. Hubo un consistente y perceptible temblor de
piernas en todos los cenáculos de las izquierdas.)
Tsipras no tenía un
plan B, fue a negociar a cuerpo limpio. Claro que podía descolgarse del euro “por
dignidad”, pero la dignidad nunca ha sido una categoría valiosa en el orden de
la política, y las encuestas señalaban que tres de cada cuatro griegos
preferían seguir en la moneda única a pesar de todo. Tsipras eligió el mal
menor, y se dispuso a ganar tiempo para abordar una reforma fiscal con
caracteres de operación quirúrgica a vida o muerte. Ahora, a la vista de la
rebelión parlamentaria del sector más radical de su partido, ha vuelto a actuar
de forma irreprochablemente democrática: ha disuelto el parlamento y, de no concretarse
una mayoría alternativa de gobierno cuyas posibilidades aparecen de momento bastante
borrosas, convocará nuevas elecciones para saber de fijo con quién cuenta y a
quién tiene enfrente.
En lugar de insistir
en la necesidad de apoyar a Grecia desde fuera y en contra del poderoso enemigo
común, aquí hay gente que ha empezado a hablar de la “traición” de Tsipras.
¿Traición a quién? ¿A los ensueños de un radicalismo de matriz libresca y cuidadoso
de no tropezar con la realidad, o a su pueblo? Si es a su pueblo, dejemos que
sean los griegos quienes decidan si han perdido la confianza en el líder que
les ha conducido hasta la encrucijada presente, o si están dispuestos a seguir
juntos a lo largo de un trayecto difícil, minado por la hostilidad extrema del
establishment político y, poca broma, del financiero.
La afirmación de la
podemita andaluza Teresa Rodríguez de que a
Tsipras le han temblado las piernas es una gansada. Y eso que Teresa sabe de lo
que habla. En las complicadas negociaciones que siguieron a las elecciones
autonómicas andaluzas, prefirió mantener un perfil bajo, no aproximarse a
compromisos de ningún tipo con Susana Díaz, y a
la postre dejar que fuera ¡Ciudadanos! la formación que avalara con su
abstención un gobierno socialista libre de ataduras de cualquier tipo. Se ha
dedicado desde entonces a una oposición durísima, cuyos efectos están a la
vista. La blancura inmaculada de la túnica de que se revisten las oposiciones tan
intransigentes como impotentes es la cortina de humo que oculta su temblor de
piernas.
Grecia, Syriza,
Alexis Tsipras, siguen necesitando de apoyos externos para poder llegar a
alguna parte en su penosa travesía. Los necesitan ahora más que nunca. Pero esa
es solo la mitad de la historia. La otra mitad es que nosotros seguimos
necesitando a Grecia, a Syriza y a Tsipras, porque son la avanzadilla de la
Europa con la que soñamos. Y a un destacamento avanzado nunca se le debe dejar
aislado bajo el fuego enemigo.