sábado, 22 de agosto de 2015

TEMBLOR DE PIERNAS


Existen muchas probabilidades de que los esfuerzos del gobierno de Alexis Tsipras por romper con un modo peculiar de dirigir la economía y de gobernar Europa se vean abocados al fracaso. Eso habremos perdido Grecia, España (donde las posibilidades de la izquierda plural se verán reducidas a un estrechísimo campo de maniobra), Europa, y en definitiva una forma de entender el mundo, la sociedad y las relaciones de poder.
Pero la derrota de Tsipras aún no está escrita. Cuando se presentó a la negociación armado con el No al acuerdo, refrendado en un referéndum impecable, la troica y sus franquicias optaron por apretarle más aún las tuercas.
(Un paréntesis sobre esas franquicias. Recuérdese el discurso durísimo, en ese momento, de Martin Schultz, jefe de filas del grupo socialista en el parlamento europeo, que antepuso el Deutschland über alles a su doble condición de socialista y de responsable europeo. Recuérdese cómo Portugal e Irlanda se escondieron debajo de las piedras. Recuérdense las cabezas gachas de François Hollande y de Matteo Renzi. Recuérdense los aplausos coincidentes de PP y PSOE al Eurogrupo, y la muy tibia respuesta de las izquierdas “alternativas” españolas. El error de cálculo de Tsipras en aquel momento fue creer que su oposición, avalada por una mayoría importante de su pueblo e impecablemente democrática, arrancaría apoyos explícitos de las instancias progresistas de otros países, y abriría brecha en una Mitteleuropa hegemónica y en una gobernanza europea germanizada. Lo cierto es que los estados cerraron filas en el respaldo a la mariscala. Se humilló a Grecia a ciencia y a conciencia, y nadie rechistó. Hubo un consistente y perceptible temblor de piernas en todos los cenáculos de las izquierdas.)
Tsipras no tenía un plan B, fue a negociar a cuerpo limpio. Claro que podía descolgarse del euro “por dignidad”, pero la dignidad nunca ha sido una categoría valiosa en el orden de la política, y las encuestas señalaban que tres de cada cuatro griegos preferían seguir en la moneda única a pesar de todo. Tsipras eligió el mal menor, y se dispuso a ganar tiempo para abordar una reforma fiscal con caracteres de operación quirúrgica a vida o muerte. Ahora, a la vista de la rebelión parlamentaria del sector más radical de su partido, ha vuelto a actuar de forma irreprochablemente democrática: ha disuelto el parlamento y, de no concretarse una mayoría alternativa de gobierno cuyas posibilidades aparecen de momento bastante borrosas, convocará nuevas elecciones para saber de fijo con quién cuenta y a quién tiene enfrente.
En lugar de insistir en la necesidad de apoyar a Grecia desde fuera y en contra del poderoso enemigo común, aquí hay gente que ha empezado a hablar de la “traición” de Tsipras. ¿Traición a quién? ¿A los ensueños de un radicalismo de matriz libresca y cuidadoso de no tropezar con la realidad, o a su pueblo? Si es a su pueblo, dejemos que sean los griegos quienes decidan si han perdido la confianza en el líder que les ha conducido hasta la encrucijada presente, o si están dispuestos a seguir juntos a lo largo de un trayecto difícil, minado por la hostilidad extrema del establishment político y, poca broma, del financiero.
La afirmación de la podemita andaluza Teresa Rodríguez de que a Tsipras le han temblado las piernas es una gansada. Y eso que Teresa sabe de lo que habla. En las complicadas negociaciones que siguieron a las elecciones autonómicas andaluzas, prefirió mantener un perfil bajo, no aproximarse a compromisos de ningún tipo con Susana Díaz, y a la postre dejar que fuera ¡Ciudadanos! la formación que avalara con su abstención un gobierno socialista libre de ataduras de cualquier tipo. Se ha dedicado desde entonces a una oposición durísima, cuyos efectos están a la vista. La blancura inmaculada de la túnica de que se revisten las oposiciones tan intransigentes como impotentes es la cortina de humo que oculta su temblor de piernas.
Grecia, Syriza, Alexis Tsipras, siguen necesitando de apoyos externos para poder llegar a alguna parte en su penosa travesía. Los necesitan ahora más que nunca. Pero esa es solo la mitad de la historia. La otra mitad es que nosotros seguimos necesitando a Grecia, a Syriza y a Tsipras, porque son la avanzadilla de la Europa con la que soñamos. Y a un destacamento avanzado nunca se le debe dejar aislado bajo el fuego enemigo.