Desde la lógica de
unas elecciones plebiscitarias directamente enfocadas a una independencia
unilateral para Cataluña, tanto Raül Romeva,
número uno de la candidatura Junts
pel Sí, como Oriol Junqueras, número
cinco, han considerado irrelevante quién sea la persona que finalmente presida
el futurible incógnito surgido del 27S.
Muriel
Casals, la número tres, ha
expresado por su parte la ilusión que le produce añadir un color nuevo al mapa
de Europa. Píntelo como más le guste, señora, siempre que se trate solo de un mapa.
Luego veremos todos si ha quedado mono, o no. Los experimentos, con gaseosa.
La persona que
ocupará la presidencia de la Generalitat solo puede ser irrelevante en el marco
de una votación plebiscitaria sobre la independencia, que no es el marco
jurídico en el que se convoca legalmente el 27S. Sí es relevante, en cambio,
para unas elecciones que han de configurar un gobierno y un parlamento para un
territorio concreto sometido a una legislación concreta. Dejar todas las precisiones,
incluidas las personas mismas, para luego, cuando examinemos entre todos cómo ha quedado configurado el muñeco, va a traer serios problemas a la
candidatura en cuestión. Porque no es la única. Concurren al proceso otras
opciones, y existen distintos puntos de vista tanto acerca de la forma de
decidir sobre el futurible en sí y el color concreto que añadirá al mapa
europeo, como respecto de las políticas de todo tipo que conviene llevar a cabo
en la situación que atravesamos.
Si se va a las
elecciones sin un programa ni un candidato, solo con una fe resplandeciente en
un futuro colectivo luminoso pero poco concreto, y con la ilusión de añadir un
color, el que sea siempre que sea nuevo, a la variopinta diversidad europea,
después, cuando se dejen de pisar las nubes y de hacer revolotear palomas, la
ciudadanía podrá sentirse justamente estafada por un planteamiento tan
evanescente. Mi amigo Antonio Quijada lo expresaría del modo siguiente: una cosa son las ponencias, y otra muy distinta el turrón.
Algo por ese estilo ha sucedido antes en relación con cuestiones mucho más serias y trascendentes. Es historia que Martin Luther King
empezó uno de sus sermones multitudinarios en Los Angeles con las palabras: «Tengo un
sueño.» Y alguien, entre el público, le contestó: «Tío, lo que queremos es un
curro.»