Mariano Rajoy
despotrica de las ocurrencias de los demás, pero no lo malentiendan; la razón es
que a él mismo no hay forma de que se le ocurra nada.
De ahí ese guión
tan férreo en sus discursos, en sus comparecencias en el Congreso y en sus conferencias
de prensa (la última, ayer). No es un caso de monomanía sobre la realidad real
de la recuperación económica, sobre la maldad del mundillo político que le rodea,
y sobre el peligro de hacer experimentos que podrían reventar una burbuja de
bienestar inexistente: es que de verdad no se le ocurre otra cosa.
Admira a García
Albiol porque tiene las ideas claras. No importa qué ideas. Tiene algunas. Las
tiene claras. Algo que a él le supera por varios cuerpos de distancia.
También afirmó en
una ocasión que los catalanes le gustan porque son gentes que «hacen cosas».
Como con las ideas, no ha especificado cuáles cosas le gustan de los catalanes:
es el hecho mismo de que hagan algo lo que le fascina.
Su especialidad consiste
en estar en los sitios, pero no hacer algo en ellos. Ahora mismo ha nombrado al
ex ministro Wert embajador ante la OCDE. Para que esté ahí, como un cromo más de
la marca España en el álbum; no para que haga nada, ¿qué podría hacer?
Hay una fotografía
que se ha hecho famosa de su paso por el Eurogrupo. Se le ve feliz en medio de
tanta gente que se relaciona, que habla, que tiene “ideas”, que probablemente
saldrá disparada de la reunión para hacer “cosas”. Se le ve solo, brazo sobre
brazo.
El tema de la
corrupción lo pone en estado catatónico; no ve, no oye, no sabe, no contesta.
El tema de posibles alianzas postelectorales le produce picores: para qué, ya
estamos bien así con una mayoría absoluta. Y el problema del encaje de Cataluña
lo despacha sin más, con la ocurrencia de que tal problema no existe. Cosa que
ratifica, manteniendo primero durante toda la legislatura como líder y portavoz de su
formación en Cataluña a una persona como Alicia Sánchez Camacho, desprestigiada
por la sospecha de haberse espiado a sí misma e incapaz de presentar ningún
proyecto de componenda o de solución; y apartándola después, a última hora, para colocar
en su lugar al hombre del saco.
Después de la
primera mayoría absoluta que le trajeron los reyes magos, es quizá demasiada
confianza esperar una segunda a pesar del hándicap de cuatro años en blanco.
Cuatro años de caos mental, aunque él perciba un orden (público) en la
secuencia imprevisible de sus ocurrencias. Cuatro años de vacío de gobierno y
de saqueo imparable de las arcas públicas por parte de amigos, familiares y
saludados. Cuatro años de un malestar creciente de la ciudadanía que él es el
único en no percibir.
Han aparecido
signos suficientes en el horizonte para llevarlo a reflexionar en la necesidad
de poner a punto una estrategia diferente: la triple advertencia de las
elecciones europeas, municipales y autonómicas. Desconocer esos signos, declarar
insolventes a las nuevas formaciones de izquierda, de derecha y transversales
que proliferan como hongos en el mantillo de la indefinición, no es indicio de
un pensamiento polarizado en exceso a un fin, sino de un pensamiento
inexistente.