sábado, 1 de agosto de 2015

OCURRENCIAS


Mariano Rajoy despotrica de las ocurrencias de los demás, pero no lo malentiendan; la razón es que a él mismo no hay forma de que se le ocurra nada.
De ahí ese guión tan férreo en sus discursos, en sus comparecencias en el Congreso y en sus conferencias de prensa (la última, ayer). No es un caso de monomanía sobre la realidad real de la recuperación económica, sobre la maldad del mundillo político que le rodea, y sobre el peligro de hacer experimentos que podrían reventar una burbuja de bienestar inexistente: es que de verdad no se le ocurre otra cosa.
Admira a García Albiol porque tiene las ideas claras. No importa qué ideas. Tiene algunas. Las tiene claras. Algo que a él le supera por varios cuerpos de distancia.
También afirmó en una ocasión que los catalanes le gustan porque son gentes que «hacen cosas». Como con las ideas, no ha especificado cuáles cosas le gustan de los catalanes: es el hecho mismo de que hagan algo lo que le fascina.
Su especialidad consiste en estar en los sitios, pero no hacer algo en ellos. Ahora mismo ha nombrado al ex ministro Wert embajador ante la OCDE. Para que esté ahí, como un cromo más de la marca España en el álbum; no para que haga nada, ¿qué podría hacer?
Hay una fotografía que se ha hecho famosa de su paso por el Eurogrupo. Se le ve feliz en medio de tanta gente que se relaciona, que habla, que tiene “ideas”, que probablemente saldrá disparada de la reunión para hacer “cosas”. Se le ve solo, brazo sobre brazo.
El tema de la corrupción lo pone en estado catatónico; no ve, no oye, no sabe, no contesta. El tema de posibles alianzas postelectorales le produce picores: para qué, ya estamos bien así con una mayoría absoluta. Y el problema del encaje de Cataluña lo despacha sin más, con la ocurrencia de que tal problema no existe. Cosa que ratifica, manteniendo primero durante toda la legislatura como líder y portavoz de su formación en Cataluña a una persona como Alicia Sánchez Camacho, desprestigiada por la sospecha de haberse espiado a sí misma e incapaz de presentar ningún proyecto de componenda o de solución; y apartándola después, a última hora, para colocar en su lugar al hombre del saco.
Después de la primera mayoría absoluta que le trajeron los reyes magos, es quizá demasiada confianza esperar una segunda a pesar del hándicap de cuatro años en blanco. Cuatro años de caos mental, aunque él perciba un orden (público) en la secuencia imprevisible de sus ocurrencias. Cuatro años de vacío de gobierno y de saqueo imparable de las arcas públicas por parte de amigos, familiares y saludados. Cuatro años de un malestar creciente de la ciudadanía que él es el único en no percibir.
Han aparecido signos suficientes en el horizonte para llevarlo a reflexionar en la necesidad de poner a punto una estrategia diferente: la triple advertencia de las elecciones europeas, municipales y autonómicas. Desconocer esos signos, declarar insolventes a las nuevas formaciones de izquierda, de derecha y transversales que proliferan como hongos en el mantillo de la indefinición, no es indicio de un pensamiento polarizado en exceso a un fin, sino de un pensamiento inexistente.