Quienes alimentan
la convicción de que el estado de derecho es su cortijo particular, pero que
eso es algo que no se puede decir en público porque queda feo, acaban tarde o
temprano por enseñar el plumero.
Le ocurrió hace
algún tiempo a la lideresa indiscutible madrileña por una cuestión de
aparcamiento en un lugar indebido para otros. Se puso chula, algo que le cuesta
poco en todos los sentidos, y hubo que cambiar la ley penal para evitar que
fuera empurada como habría sido el destino fatal de cualquier mindundi en sus
mismas circunstancias.
Ahora el ministro del
Interior Jorge Fernández Díaz ha recibido en su
despacho oficial a un encausado por delitos que han producido una alarma social
considerable. Su conducta no ha sido considerada ilícita por los estamentos
gubernamentales, aunque se reconoce en privado que “ha quedado feo”.
– Este Fernan es
que es la hostia – podría haber declarado el castizo portavoz de los populares –.
Se ha pasado tres pueblos.
En su descargo, el
ministro ha dicho que la reunión se produjo a petición del encausado don Rodrigo Rato Figaredo, y que solo duró una hora. Suena
como el viejo chiste del hombre al que querían casar con una chica embarazada
de otro, con el argumento de que sí, bueno, estaba preñada, pero «solo un
poquito».
La Asociación Unificada de Guardias
Civiles (AUGC) ha pedido la destitución del ministro, en vista,
argumentan con sensatez, de que «la dimisión queda fuera de su diccionario». Es
cierto. Seguro que don Jorge sigue sin entender qué es lo que ha hecho mal esta
vez. Y alguno de sus correligionarios lo defenderá diciendo que todo el mundo
tiene derecho a echar una cana al aire.
Lleva más de una,
por cierto. La AUGC le afea, en concreto, que no asista a los plenos de la
Guardia civil, como se establece en las ordenanzas preceptivas; que no afronte
los graves problemas internos que se suceden en las Fuerzas y Cuerpos de
Seguridad del Estado; que haya abierto una casa-cuartel en su propio pueblo, y
que haya impuesto medallas policiales a imágenes religiosas. Este Fernan es la
monda.
En el fautor de la
conocida como Ley Mordaza, este tipo de comportamientos sobrepasa los límites
de la arbitrariedad: son obscenidades. La conducta desfachatada de quien afirma
que a mí me está permitido todo lo que te estoy prohibiendo a ti, sienta el
principio de la desigualdad ante la ley, es decir la quiebra del primer
fundamento de toda democracia.