Cuando Felipe VI se
refirió en su real discurso de navidad a los enfrentamientos estériles, algunos
debieron de pensar que era pablista; otros, que iñiguista. Lo cierto es que la
nochebuena se nos habría hecho un poco más tediosa sin la guerra abierta en las
redes sociales entre los dos primeros espadas de Podemos, que mantienen un
contencioso muy subido de tono sobre el “modelo de partido” (¿merece la pena
pelearse por eso?) y se acusan mutuamente de debilitar el “proyecto”, se refieran
con esa palabra a lo que se refieran, que no está todavía nada claro, porque
desde los inicios mismos de aquellas campañas electorales de 2015 el proyecto real
y tangible de Podemos ha quedado en el incógnito como materia reservada hasta
que llegue el momento de sazón en el que sea dado retirar el velo de Isis.
Ahora que Guardiola
y Mourinho se han marchado a Manchester, y después de que Pedro Sánchez haya
sido descarrilado por una gestora, hacía falta un nuevo duelo en la cumbre,
capaz de prender la atención de las masas. En Podemos, siempre atentos al tirón
mediático, se han apresurado a servirnos, si no la cosa misma, al menos un
sucedáneo de cierta sustancia.
No es nuevo el
guión. Si hacemos memoria – y es fácil, porque los acontecimientos más antiguos
datan apenas de anteayer –, los cuatro mosqueteros iniciales se vieron privados
casi de inmediato de uno de ellos, el más profesoral, Monedero, que entonó su particular
«no es eso, no es eso» y se retiró a la montaña, donde ha ido evolucionando en
sus posicionamientos hasta convertirse en el fan número uno del macho alfa de la
manada.
Después, Echenique defendió
un modelo más colectivo de partido, con mayor reparto de las responsabilidades
entre mayor número de actores protagonistas. Fue derrotado en apretada votación
de los círculos, y Pablo e Íñigo lo apearon de la dirección, pero también él ahora,
después de algunos desencuentros menores en los que se han visto implicados
otros militantes, ha vuelto como responsable de la organización y fan número
dos de Pablo Alfa.
Durante un tiempo
el vértice del partido quedó reducido a dos personas y a una sola voz; eran el
líder carismático, y la eminencia gris colocada apenas medio paso a un lado. Ahora
Errejón reclama de nuevo normas más participativas para el cotarro, y los pablistas
y los iñiguistas han empezado de pronto a darse cera en las redes para pasmo
del personal.
¿Tiene algún
sentido esta guerra de las galaxias en 3-D?, pregunto a quien pueda
responderme. Hasta el momento todo ha sido batalla interiorizada, dirigida a hacer
emerger con alguna claridad un artilugio de representación y organización de lo
que se ha venido en llamar la “gente” indignada y el espíritu del 15M. Pero ni
el artilugio es esencial en esta historia, ni ninguno de los cuatro profesores
de ciencia política que ocupan el centro del escenario se muestra hasta el
momento a la altura del reto colectivo en el que ellos, junto a muchos otros,
estamos empeñados. Lo importante, lo necesario, es la marea de fondo, no la
espuma que la corona. A los cuatro líderes, y a alguno más entre los que citaré
al catalán Albano Dante Fachín, les convendría algún medicamento capaz de
corregir el grave ataque de importancia que están sufriendo, y de obligarles a fijar
la vista en el exterior de la propia trinchera, para que distingan que es más
allá de las líneas propias donde se encuentra el enemigo al que persiguen.
El cual, por
cierto, debe de estar sufriendo por su parte un ataque de risa proporcional al
de importancia de nuestros cuatro mosqueteros.