El ministro Dastis ha hecho el enésimo canto retórico a esa aventura del espíritu que
empuja a nuestros jóvenes licenciados a cruzar las fronteras para vivir nuevas
experiencias lejos de sus hogares; el enésimo intento retórico de dar gato por
liebre, de disfrazar la gallina de modo que parezca un pavo real. La retórica
sirve para eso, cuando se utiliza con habilidad. El doctor Pangloss, tutor del
Cándido de Voltaire, predicaba la bondad de nuestro mundo por encima de la de
todos los mundos posibles. Mientras tanto, el mundo, ajeno a sus discursos,
seguía siendo el mismo pudridero que era antes. Ese fue exactamente el punto
que hizo a Carlos Marx agradecer a todos los filósofos sus diferentes y
coloridas interpretaciones del mundo, para manifestar seguidamente que lo necesario
no es interpretar el mundo, sino cambiarlo.
La retórica, y en
primer lugar la retórica ministerial que es una de sus subespecies más nocivas,
supone un trajín mental considerable destinado a ocultar el hecho de que no se
está haciendo nada por modificar los aspectos más hirientes de una realidad
insatisfactoria.
Por ejemplo, según
la retórica imperante, vivimos en un país en el que los hombres somos educados
y caballerosos, y las mujeres, todas ellas bellísimas y provistas de gracias
singulares, gozan de una igualdad envidiable en todos los apartados de la vida
intelectual, política y social. Lo cual no impide ni las vergüenzas diarias de
género (me remito sobre el particular a posts recientes en estas mismas
páginas), ni hechos sonrojantes como el ataque físico sufrido por Teresa
Rodríguez, coordinadora y portavoz andaluza de Podemos, de parte de un
empresario, en la sede misma de la patronal sevillana.
El hecho de que el
hombre estuviera cargado de copas y haya reconocido haberse pasado “siete
pueblos” no reduce el episodio a un caso anecdótico. Por debajo, y hurgando
debajo de la epidermis retórica, se encuentra la estructura tectónica
firmemente asentada según la cual las mujeres que se dedican a la política en
posiciones de izquierda son “putillas” que andan necesitadas de jarabe de palo
en un lugar preciso de su anatomía. Ada Colau ha contado haber padecido una
situación muy parecida a la de Teresa; los ejemplos, sin duda, pueden
multiplicarse sin esfuerzo con tan solo un simple sondeo a las interesadas.
Algo que sería
urgente cambiar, a través de una educación más ajustada en estos temas que
promoviese cambios profundos en una juventud que despunta con las mismas
características de sus padres, y de una repulsa social mucho más enérgica.
También aquí funciona la retórica: se afirma que nuestra sociedad es “tolerante”,
porque lo es con el franquismo residual, con la corrupción extendida y con el
machismo recalcitrante. Disimular las lacras e incluso incentivarlas de
tapadillo no es tolerancia. Se le puede llamar celestineo, recurriendo a
nuestros clásicos, o darle nombres bastante peores; pero no es tolerancia, y
las cosas no se arreglan lo más mínimo con la muletilla de que “nosotros somos
así, no tenemos remedio”.
Tampoco se arreglan
las cosas con intervenciones en la realidad virtual. Las redes sociales entran
mucho más en la esfera de la retórica que en la realidad a secas; crean una
ilusión de respuesta activa que desconoce la tozudez sustancial de los hechos
de la realidad. Al respecto, mucho mejor que dirigirles un alegato yo mismo, me
parece remitirles a una reflexión valiosa de Elvira Lindo:
http://cultura.elpais.com/cultura/2016/12/23/actualidad/1482515361_348362.html
http://cultura.elpais.com/cultura/2016/12/23/actualidad/1482515361_348362.html