sábado, 24 de diciembre de 2016

LA TOZUDEZ SUSTANCIAL DE LA REALIDAD


El ministro Dastis ha hecho el enésimo canto retórico a esa aventura del espíritu que empuja a nuestros jóvenes licenciados a cruzar las fronteras para vivir nuevas experiencias lejos de sus hogares; el enésimo intento retórico de dar gato por liebre, de disfrazar la gallina de modo que parezca un pavo real. La retórica sirve para eso, cuando se utiliza con habilidad. El doctor Pangloss, tutor del Cándido de Voltaire, predicaba la bondad de nuestro mundo por encima de la de todos los mundos posibles. Mientras tanto, el mundo, ajeno a sus discursos, seguía siendo el mismo pudridero que era antes. Ese fue exactamente el punto que hizo a Carlos Marx agradecer a todos los filósofos sus diferentes y coloridas interpretaciones del mundo, para manifestar seguidamente que lo necesario no es interpretar el mundo, sino cambiarlo.
La retórica, y en primer lugar la retórica ministerial que es una de sus subespecies más nocivas, supone un trajín mental considerable destinado a ocultar el hecho de que no se está haciendo nada por modificar los aspectos más hirientes de una realidad insatisfactoria.
Por ejemplo, según la retórica imperante, vivimos en un país en el que los hombres somos educados y caballerosos, y las mujeres, todas ellas bellísimas y provistas de gracias singulares, gozan de una igualdad envidiable en todos los apartados de la vida intelectual, política y social. Lo cual no impide ni las vergüenzas diarias de género (me remito sobre el particular a posts recientes en estas mismas páginas), ni hechos sonrojantes como el ataque físico sufrido por Teresa Rodríguez, coordinadora y portavoz andaluza de Podemos, de parte de un empresario, en la sede misma de la patronal sevillana.
El hecho de que el hombre estuviera cargado de copas y haya reconocido haberse pasado “siete pueblos” no reduce el episodio a un caso anecdótico. Por debajo, y hurgando debajo de la epidermis retórica, se encuentra la estructura tectónica firmemente asentada según la cual las mujeres que se dedican a la política en posiciones de izquierda son “putillas” que andan necesitadas de jarabe de palo en un lugar preciso de su anatomía. Ada Colau ha contado haber padecido una situación muy parecida a la de Teresa; los ejemplos, sin duda, pueden multiplicarse sin esfuerzo con tan solo un simple sondeo a las interesadas.
Algo que sería urgente cambiar, a través de una educación más ajustada en estos temas que promoviese cambios profundos en una juventud que despunta con las mismas características de sus padres, y de una repulsa social mucho más enérgica. También aquí funciona la retórica: se afirma que nuestra sociedad es “tolerante”, porque lo es con el franquismo residual, con la corrupción extendida y con el machismo recalcitrante. Disimular las lacras e incluso incentivarlas de tapadillo no es tolerancia. Se le puede llamar celestineo, recurriendo a nuestros clásicos, o darle nombres bastante peores; pero no es tolerancia, y las cosas no se arreglan lo más mínimo con la muletilla de que “nosotros somos así, no tenemos remedio”.
Tampoco se arreglan las cosas con intervenciones en la realidad virtual. Las redes sociales entran mucho más en la esfera de la retórica que en la realidad a secas; crean una ilusión de respuesta activa que desconoce la tozudez sustancial de los hechos de la realidad. Al respecto, mucho mejor que dirigirles un alegato yo mismo, me parece remitirles a una reflexión valiosa de Elvira Lindo:
http://cultura.elpais.com/cultura/2016/12/23/actualidad/1482515361_348362.html