La ceremonia de
entrega de los premios Nobel de 2016 tuvo un toque surreal. Bob Dylan no estaba
presente; agradeció el premio lo mismo, aunque declaró sentirse “raro” en
compañía de algunos de sus predecesores, y excusó su ausencia con ingenio.
Algunos lo habían
llamado maleducado; cosa que, en cualquier caso, a un inmortal le debe resbalar
bastante. El secretario permanente de los Nobel, Horace Engdahl, tal vez ayudado
– es una mera suposición – para la ocasión con uno o dos tragos del excelente
vino de Albondón, que tiene la virtud (exclusiva antaño del espíritu santo) de
desatar las lenguas de fuego, defendió al bardo de Duluth y al propio comité
que le otorgó el galardón, con argumentos un tanto arriscados, por no emplear
palabras más contundentes. Dijo, por ejemplo, que la gente dejó muy pronto de
comparar a Dylan con Woody Guthrie y Hank Williams, para hacerlo con Blake,
Rimbaud, Whitman y Shakespeare.
Todo lo que puedo
decir al respecto, es que no me consta. No sé qué “gente” ha sido esa, gente
rara en cualquier caso, ni el porqué de unas comparaciones que parecen algo
aleatorias, si bien afectan a personas evidentemente respetables; tampoco me
veo capaz de apreciar la diferencia cualitativa entre Woody y Hank de un lado,
y los cuatro personajes seleccionados, citados en el orden exacto que aquí se
reproduce. De Will Shakespeare podemos suponer que tenía buena voz, puesto que
ejercía de actor de sus propias obras; tal vez, en cambio, Walt Whitman cantaba
como una almeja, pero no me consta, insisto, y no quisiera embarrar de forma
gratuita su reputación ya bastante zarandeada.
No menos
perplejidad me provoca otro párrafo del discurso del académico Engdahl: «Su
revolución [de Dylan] ha sido
devolver al lenguaje de la poesía su elevado estilo, perdido desde los
románticos, pero no para cantar eternidades, sino para hablar de lo que pasa a
nuestro alrededor. Como si el oráculo de Delfos estuviese leyendo las noticias de
la tarde.»
Seguramente en
Suecia las cosas son muy diferentes que aquí. Aquí tenemos sibilas délficas comentando
las noticias de la tarde todos los días; les llamamos tertulian@s. No nos
parece que la proeza sea para tanto.
Debo decir que me
ha convencido bastante más la explicación de la novelista canadiense Margaret
Atwood, una mujer que ha aparecido en las quinielas habituales para el Nobel en
alguna ocasión. Según ella, el premio es un canto de amor a América en su
estado actual, después de las recientes elecciones. Y una forma de decirles:
«Recordad que podéis hacer algo mejor que esto.»