No ha sido una
sorpresa morrocotuda enterarme, gracias a mi nieta Carmelina, de la visión de
la historia de Grecia que se imparte en las escuelas de aquí. La guerra contra
los persas, por ejemplo, ocupa un lugar mucho más destacado que la del
Peloponeso; la primera es una epopeya nacional; la segunda, un conflicto civil
demasiado lejano para proyectar sombras en la actualidad, como ocurre con el
nuestro. Jerjes viene a ocupar el lugar de nuestro moro Muza, prolongado en el
tiempo por los turcos otomanos, que remataron con la toma de Constantinopla la
faena que aquel había dejado inconclusa. Después viene sin transición la
reconquista nacional frente a los usurpadores, de cuya cultura e instituciones
apenas se dice alguna cosa, y no buena. En medio de todo ello ocupa su lugar un
capítulo desconcertante, «El Renacimiento», especie de cajón de sastre en el que
conviven los grandes artistas (Botticelli, Leonardo, Miguel Ángel), los
navegantes y descubridores (Colón, Magallanes, Cook), los sabios (Galileo, Newton)
y los estadistas (Enrique VIII, Luis XIV, Napoleón).
Carmelina sacó una
nota baja porque en la procelosa sección dedicada a la Edad Media, una de las cosas
por la que se preguntaba en el examen escrito era la educación de los niños en
Bizancio, y ella dejó la respuesta en blanco. La respuesta correcta dice así, más
o menos literalmente, compulsada con el libro de texto: “A los niños se les
ponía un tutor para adelantar en los estudios; las niñas aprendían a bordar.”
Carmelina se había saltado ese párrafo en el repaso. Por objeción de
conciencia, diríamos nosotros; por indignación, dice ella. Y se le bloqueó la
memoria. La maestra explicó a mi hija que la niña es lista pero no sabe
distinguir aún las cosas importantes de las que no lo son. No es que la maestra
(esta, en concreto; me guardaré de generalizar) objete la educación bizantina
de las niñas; al contrario, le parece importante subrayarla.
La historia como
disciplina educativa tiene un carácter de adoctrinamiento muy parecido al de la
religión. La verdad religiosa se da por sentada desde antes del principio, y
entonces lo que se enseña son solo algunos ejemplos prácticos de la teoría
establecida: la manzana de Eva, el homicidio de Caín, el sacrificio de Isaac, y
un rápido paso hacia las bienaventuranzas, la expulsión de los mercaderes del
templo, el camello por el ojo de la aguja y el paso de Herodes a Pilatos, para
acabar con la cruz y las apoteosis sucesivas de Jesús y María. Algún espacio
puede dedicarse también a las lenguas de fuego y a la tarea ingente de la
conversión de los infieles.
Con la historia
ocurre tres cuartos de lo mismo, toda la sucesión de acontecimientos se selecciona
y se ordena a partir de la teoría del presente que se desea inculcar. Ese
método tiene la consecuencia inevitable de resultar inútil sin paliativos a
efectos de formación. Solo sirve como adoctrinamiento. Es decir, no se enseña a
los/las niños/niñas a pensar, sino que se les señala con trazo grueso cómo
deben pensar.
El adoctrinamiento iniciado
en la escuela prosigue a lo largo de toda la vida. En particular, se nos indica
sin duda posible cuál es el gobierno óptimo por el que nos conviene ser
gobernados, y en consecuencia cómo debemos votar en cada una de las elecciones
sucesivas que nos proponen. Eso ahora, que hay elecciones; cuando yo estudié,
lo que nos explicaban era la razón por la cual las elecciones eran un invento extranjerizante
nefasto para los recovecos de nuestra particular idiosincrasia. ¿Alguna
pregunta?
– ¿Qué significa “indiosincracia”,
mosén?
– Significa “castigados sin recreo”.