Es muy sugerente la
clasificación establecida por el papa Francisco, en su discurso para felicitar
las navidades a los miembros de la curia vaticana, sobre las poderosas resistencias
que está encontrando a la reforma del aparato. Enumero las tres situaciones que
señala:
A) Hay resistencias
«de buena voluntad». Sobre ellas no hace el pontífice más comentarios;
seguramente porque no hace falta, es algo que existe y de lo que se toma nota.
Punto.
B) Otras
resistencias provienen de «corazones asustados y endurecidos, que se alimentan
de las palabras vacías del “gatopardismo” espiritual de quien dice que quiere
cambiar las cosas, pero después quiere que todo quede como antes». Son muy
interesantes en este capítulo la doble condición de los corazones, “asustados”
y “endurecidos” – lo segundo, entiendo, como consecuencia de los primero –, y la
utilización de la categoría del “gatopardismo” como movimiento inmanente
(propongo cambios con la intención última de no cambiar nada).
C) Finalmente, «existen
también resistencias malvadas, que germinan en mentes perversas y se presentan
cuando el demonio inspira malas intenciones. Este último tipo de resistencia se
esconde en justificaciones y, en tantos casos, en palabras acusatorias que se
refugian en las tradiciones, en las apariencias, en las formalidades, en lo
conocido...» No anda Francisco con paños calientes en esta cuestión, y da toda
la impresión de que tales “resistencias malvadas” tienen nombre y apellidos y
son perfectamente localizables.
Sabemos, en cualquier caso, de lo que habla. El titulillo
de este post es una paráfrasis de otro, de un cuento de Julio Cortázar, “Todos
los fuegos el fuego”. Si no recuerdo mal el contenido del cuento – no tengo a
mano el volumen para refrescar la memoria –, el fuego (el fuego descontrolado,
exterminador) es una variable independiente del espacio y del tiempo, algo
igual a sí mismo que se reproduce con características similares en las
circunstancias de tiempo y lugar más variadas.
Con las curias ocurre lo mismo.
Advierte el papa Francisco que la reforma del Gobierno de
la Iglesia no se actúa con un cambio de personas, sino con «la conversión de
las personas». En el sentido teológico de la palabra “conversión”. Y explica
que esa reforma «no puede ser entendida como una especie de lifting o de
maquillaje para embellecer el anciano cuerpo curial o como una operación de
cirugía estética. Queridos hermanos, no son las arrugas de la Iglesia lo que se
tiene que temer, sino las manchas.»
El mensaje de Francisco es importante en sí mismo para
todos nosotros, incluidos quienes nos sentimos respetuosamente alejados del
cuerpo místico de la iglesia, por muchas razones que podrían resumirse en la reflexión
de Gramsci sobre la quistione vaticana en
términos de lucha por la hegemonía cultural que tiene lugar entre unas fuerzas
económicas enfrentadas entre ellas.
Pero además, la advertencia del pontífice es trasplantable
sin mayor esfuerzo a otras coordenadas geográfico-políticas de la más estricta
actualidad. Todas las curias son la curia.