«A Renzi le perdió
la arrogancia», ha dictaminado en las páginas de opinión de lavanguardia el
siempre sagaz Enric Juliana. Añade que a los condottieros siempre les ha ido
mal en Italia, y no entiendo por qué lo dice. Los ha habido de muy próspera
fortuna a lo largo de la historia del país. Característica de los condottieros
ha sido poner su talento y en ocasiones también su espada a la disposición de
un mecenas adecuadamente generoso, y prescindir en tal operación de los
principios que, como se sabe, son como las espinas del pescado, siempre
diligentes para atravesarse en el gaznate en el momento de tragar. El Dante
fiaba mucho en un condottiero – bien fuera Uguccione della Faggiola o Cangrande
della Scala, que sobre la cuestión hay dudas – como el Veltro (el lebrel) que
limpiaría a dentelladas Italia entera de los pecados de la codicia y la
ambición. Ninguno de los dos llegó a hacer tal cosa, pero los servicios
prestados a diversos señores acabaron por colocarlos en posiciones ventajosas
muy notables; y otro tanto podemos decir de Gattamelata y Colleoni,
inmortalizados en sendas estatuas ecuestres en lugares visibles de la ciudad de
Venecia.
No me parece que
Renzi haya ejercido de condottiero. Ha seguido, eso sí, el mandamiento
populista que quedó establecido para siempre y en primer lugar (lo siento, el
dato es el dato) por Jesucristo cuando dijo que «quien no está conmigo está
contra mí», dividiendo la parroquia en dos facciones encontradas. Y vean por
donde, la operación de dividir la ciudadanía en fariseos y publicanos, así con
brocha gorda, deja siempre a una de las dos mitades algo más chica que la otra,
y esa mitad más chica suele ser casualmente la de los incondicionales del
experimentador. Es lo que le ha ocurrido a Renzi. Según un dicho acuñado por
la sabiduría popular, se ha metido a redentor y ha salido crucificado.
Ahora bien, en lo que
se refiere a la arrogancia, no hay la menor duda. Renzi ha tenido hasta el
mismísimo final una confianza ilimitada en sí mismo: contra la historia, contra
la constitución republicana, contra los sindicatos, contra el propio partido
que encabezaba. Es el momento de recordar lo que dejó escrito sobre él Riccardo
Terzi, una de las cabezas mejor amuebladas de la sinistra italiana,
recientemente desaparecido: «Encuentro
irritantes y patéticos a los personajes como Renzi, tan llenos de sí mismos y,
por lo tanto, llenos de nada.»
Henchido de sí mismo, y
por consiguiente sin perspectiva ni criterio para avizorar todo cuanto queda
fuera de una redondez tan pletórica.
Ahora los países del sur
de la Unión Europea, los etiquetados como PIGS (Portugal, Italia, Grecia,
Spain) se encuentran en una situación un poco más precaria. Puede que todo ello
lleve paso a paso hacia una recomposición, de la mano de cierta humildad asumida,
capaz de hacer frente a la arrogancia mucho más característica de las naciones
del norte. Muchas cosas están en juego, y nadie se atreverá a sostener que todo
el pescado está ya vendido.