A Victòria Bertran, a Ana María
Enjamio, a tantas mujeres con nombre y apellidos, convertidas en víctimas “de
género”
Los juzgados
reciben 426 denuncias por violencia de género, cada día. (De los periódicos).
¡Las queríamos
tanto! Eran deliciosas, inconstantes, inconsecuentes, frívolas, patológicamente
infieles. Móviles cual pluma al viento. Eran nuestra ocupación favorita cuando
estábamos desocupados, y nuestro merecido descanso después de guerrear. A batallas
de amor, campo de plumas.
Les dimos de pronto,
a manos llenas, todo: les dimos nuestro pan, nuestro vino, nuestra cólera y
nuestros besos. Nada era bastante para ellas. Nos suicidábamos impulsivamente
por culpa de sus desdenes. Fuimos Werther, fuimos Larra. ¿Cómo podíamos
quererlas tanto, cómo podían ellas querernos tan poco?
¿Y qué es lo que ha
salido mal en este esquema perfecto? ¿Por qué, última y definitiva infidelidad,
colmo de su frívola naturaleza, “ellas” se empeñan en vivir su propia vida, en
lugar de conformarse pacíficamente con vivir la nuestra?
¡¡Que es lo que está
mandado, coño!!
Seguimos
suicidándonos impulsivamente por ellas. Con una diferencia: ahora las matamos
antes.