Un informe del
Instituto de Estudios Económicos (IEE) alerta de que las recientes medidas
acordadas por consenso entre el gobierno monocolor de la nación y la comisión
gestora de uno de los partidos que presumiblemente militan en la oposición, van
en la línea equivocada.
Nada de paños
calientes, ningún halago ni zalamería en dirección a las esferas del poder
político. No había para qué, de todos modos, puesto que el IEE, nacido en 1979 como
instrumento de intereses empresariales para promover la libre empresa en el libre
mercado global, se sitúa en el terreno envidiable de las verdades absolutas
sostenidas con datos comprobables. Se carga de razón, entonces, al sostener que
la subida del salario mínimo tendrá un efecto perjudicial en la creación de
empleo y en la competitividad empresarial.
Esto es ver lejos y
con agudeza. ¿Innovación? ¿Desarrollo? ¿Política de inversiones? ¿Formación
permanente? Dejémonos de monsergas. En el actual paradigma de alta tecnología
digital incorporada a los procesos productivos, la base de la competitividad
empresarial sigue siendo la misma que regía en las épocas del que asó la
manteca. Es decir, el bajo salario, esa maravilla que la naturaleza ha puesto desde
siempre a la disposición de las elites extractivas, para su disfrute y
perpetuación.
Es lógico que el
IEE ponga mala cara al hecho de que «la mayor parte del ajuste para corregir el
déficit público recaiga sobre el sector empresarial.» Se pretende aumentar el
porcentaje del impuesto de sociedades, aunque seguiría siendo bastante más bajo
y más pródigo en excepciones que los de los países del entorno. Se quiere incrementar
el salario mínimo, por más que siga suponiendo mínimos absolutos en
relación con nuestras economías rivales.
Eso es poner trabas muy serias al libre flujo del beneficio fácil a los
bolsillos de los grandes accionistas.
Mal hecho, caramba,
todo tendría que hacerse al revés. Lo conveniente sería suprimir el impuesto de
sociedades y rebajar un pelín más, aunque fueran solo unas décimas, los
salarios, para entrar así en una Jerusalén celeste donde las fuentes manarían
leche y miel.
El informe del IEE
alerta, severo, contra el “proteccionismo” que vuelve por sus fueros en todo el
mundo, y exige valentía para liberalizar “al máximo” el comercio exterior.
Porque, advierte, «la globalización ha beneficiado especialmente a los
habitantes de los países pobres.»
La afirmación está hecha
tal vez un poco a bulto, sin precisar. Posiblemente los sabios del IEE se
refieren a que la globalización ha beneficiado especialmente a “algunos”
habitantes de países pobres; en concreto a las elites extractivas, que han podido
cerrar negocios pingües debido a la situación. La renta "per cápita" ha crecido sustancialmente, pero no se distribuye de forma equitativa, no hay una distribución también "per cápita". El común de la gente ha pasado en
esos países, tal vez, de dormir en chozas en el campo a hacerlo en el suelo de los
talleres clandestinos en los que trabajan dieciséis horas al día por un salario
de mera subsistencia. Las estadísticas globales, sin embargo, señalan su nueva situación
como una mejora sideral. Son formas de verlo.
En cualquier caso,
resulta difícil de sostener la tesis de que una política de bajos salarios
beneficia globalmente a la población de un país. Con la franqueza que les
caracteriza, los expertos del IEE deberían añadir al anterior postulado el
siguiente, más explícito: que un empleo mal pagado es preferible a ningún
empleo. Les entenderíamos mejor.
Comparten los
sabios del IEE las previsiones del gobierno en el sentido de que va a crecer incontenible
el empleo y se reducirán en cambio tanto el consumo como la inversión. Pues
bien, si esa ha de ser la “línea justa” en la que encaminar los asuntos de la
nación, no se espanten luego de que la ciudadanía se apee, en masa y en marcha,
de un plan de recuperación tan ambicioso.
Buena economía significa
desde el punto de vista del IEE, y de sus correlatos en el gobierno y en la
oposición constructiva, no la mayor felicidad para el mayor número de
ciudadanos, sino el mayor negocio para los socios de la comandita. Cuánto
habrán tenido que estudiar estos prohombres en las universidades de Harvard y
de Yale para llegar a conclusiones tan abstrusas y captar verdades tan
inesperadas y elocuentes.