miércoles, 14 de diciembre de 2016

EN LA LÍNEA EQUIVOCADA


Un informe del Instituto de Estudios Económicos (IEE) alerta de que las recientes medidas acordadas por consenso entre el gobierno monocolor de la nación y la comisión gestora de uno de los partidos que presumiblemente militan en la oposición, van en la línea equivocada.
Nada de paños calientes, ningún halago ni zalamería en dirección a las esferas del poder político. No había para qué, de todos modos, puesto que el IEE, nacido en 1979 como instrumento de intereses empresariales para promover la libre empresa en el libre mercado global, se sitúa en el terreno envidiable de las verdades absolutas sostenidas con datos comprobables. Se carga de razón, entonces, al sostener que la subida del salario mínimo tendrá un efecto perjudicial en la creación de empleo y en la competitividad empresarial.
Esto es ver lejos y con agudeza. ¿Innovación? ¿Desarrollo? ¿Política de inversiones? ¿Formación permanente? Dejémonos de monsergas. En el actual paradigma de alta tecnología digital incorporada a los procesos productivos, la base de la competitividad empresarial sigue siendo la misma que regía en las épocas del que asó la manteca. Es decir, el bajo salario, esa maravilla que la naturaleza ha puesto desde siempre a la disposición de las elites extractivas, para su disfrute y perpetuación.
Es lógico que el IEE ponga mala cara al hecho de que «la mayor parte del ajuste para corregir el déficit público recaiga sobre el sector empresarial.» Se pretende aumentar el porcentaje del impuesto de sociedades, aunque seguiría siendo bastante más bajo y más pródigo en excepciones que los de los países del entorno. Se quiere incrementar el salario mínimo, por más que siga suponiendo mínimos absolutos en relación  con nuestras economías rivales. Eso es poner trabas muy serias al libre flujo del beneficio fácil a los bolsillos de los grandes accionistas.
Mal hecho, caramba, todo tendría que hacerse al revés. Lo conveniente sería suprimir el impuesto de sociedades y rebajar un pelín más, aunque fueran solo unas décimas, los salarios, para entrar así en una Jerusalén celeste donde las fuentes manarían leche y miel.
El informe del IEE alerta, severo, contra el “proteccionismo” que vuelve por sus fueros en todo el mundo, y exige valentía para liberalizar “al máximo” el comercio exterior. Porque, advierte, «la globalización ha beneficiado especialmente a los habitantes de los países pobres.»
La afirmación está hecha tal vez un poco a bulto, sin precisar. Posiblemente los sabios del IEE se refieren a que la globalización ha beneficiado especialmente a “algunos” habitantes de países pobres; en concreto a las elites extractivas, que han podido cerrar negocios pingües debido a la situación. La renta "per cápita" ha crecido sustancialmente, pero no se distribuye de forma equitativa, no hay una distribución también "per cápita". El común de la gente ha pasado en esos países, tal vez, de dormir en chozas en el campo a hacerlo en el suelo de los talleres clandestinos en los que trabajan dieciséis horas al día por un salario de mera subsistencia. Las estadísticas globales, sin embargo, señalan su nueva situación como una mejora sideral. Son formas de verlo.
En cualquier caso, resulta difícil de sostener la tesis de que una política de bajos salarios beneficia globalmente a la población de un país. Con la franqueza que les caracteriza, los expertos del IEE deberían añadir al anterior postulado el siguiente, más explícito: que un empleo mal pagado es preferible a ningún empleo. Les entenderíamos mejor.
Comparten los sabios del IEE las previsiones del gobierno en el sentido de que va a crecer incontenible el empleo y se reducirán en cambio tanto el consumo como la inversión. Pues bien, si esa ha de ser la “línea justa” en la que encaminar los asuntos de la nación, no se espanten luego de que la ciudadanía se apee, en masa y en marcha, de un plan de recuperación tan ambicioso.
Buena economía significa desde el punto de vista del IEE, y de sus correlatos en el gobierno y en la oposición constructiva, no la mayor felicidad para el mayor número de ciudadanos, sino el mayor negocio para los socios de la comandita. Cuánto habrán tenido que estudiar estos prohombres en las universidades de Harvard y de Yale para llegar a conclusiones tan abstrusas y captar verdades tan inesperadas y elocuentes.