España ha sacado
una media decente en la encuesta internacional de evaluación de los
estudiantes. Nada para tirar cohetes, pero nuestro alumnado ha mejorado en
comprensión lectora, no ha perdido gran cosa en ciencias y en matemáticas, y ha
mejorado su posición en el conjunto de países debido a que la media ha bajado
en otras latitudes.
Se trata de
indicadores, con los límites intrínsecos a ellos. Los resultados no prueban la
excelencia de la LOMCE, como parecen dar por sentado algunos, ni testimonian la
justeza (tampoco lo contrario) de la visión del Ministerio sobre estas
materias. El PISA evalúa el nivel educativo de una muestra, que se considera
representativa del conjunto del país, de jóvenes de quince años. Nada más. Para
los sindicatos de enseñantes, lo que indican los resultados es el esfuerzo hercúleo
realizado por la comunidad educadora para mantener los niveles de calidad, a
pesar de los recortes drásticos en medios materiales. Sería absurdo, en cambio,
valorar a partir de los resultados que esos recortes han sido justos y
positivos, y que conviene cebarse con ellos para el próximo curso escolar.
Hay, por otra
parte, diferencias muy serias entre autonomías. En las que presentan unos niveles
más bajos, el retraso llega a suponer curso y medio de diferencia con las más
avanzadas. (Es decir, l@s alumn@s de un instituto radicado en Badajoz
necesitarían hincar los codos de aquí a junio de 2018 para ponerse a la altura que
ya tienen l@s de otro instituto de Valladolid.)
Seguramente, hay
consideraciones que podrían reducir esa enorme diferencia global. La consejera
andaluza argumenta que los centros elegidos como muestra en su comunidad
corresponden a zonas muy degradadas. Nadie duda que hay centros andaluces con
un nivel alto de excelencia, y que de haber sido los elegidos por PISA habrían
dado una mejor imagen de la comunidad; pero zonas degradadas, haberlas haylas
en todas partes, y los parámetros de una educación para la ciudadanía tienen que
llegar también hasta ellas, porque si no, tenemos todos un problema.
Las desigualdades
sociales inciden sin la menor duda en los resultados; el amontonamiento de
escolares en aulas sobresaturadas, también. Seguro que hay menos problemas de
masificación en zonas rurales de Castilla y León, incluso en Navarra, que en
los grandes hacinamientos suburbanos de las ciudades. Es el conjunto lo que
importa, no hay razón para sacar pecho porque se ha quedado mejor que el
vecino.
Otra cuestión
importante, que el PISA no desvela, es el “para qué” de una educación que se
imparte con tanto desvelo y tan escasos medios. Qué futuro espera a nuestros
estudiantes, cómo aprovechará la sociedad sus conocimientos. Es un lugar común
repetido hasta la náusea que contamos con las generaciones de jóvenes mejor
preparadas de nuestra historia. Todos los índices, no solo el PISA, lo muestran
así. Pero es de temer que la excelencia en la comprensión lectora de nuestros y
nuestras jóvenes solo les lleve a interpretar con mayor rapidez y eficiencia el
mismo mensaje colgado a la puerta de empresas, oficinas, talleres y tajos: «No
hay trabajo.»