Susana Díaz ha anunciado
en un mitin en Jaén, ante 3000 militantes y la plana mayor del gobierno de la
autonomía andaluza, el chupinazo de partida de los festejos para regresar a los
orígenes. La acompañaba en la ocasión un José Luis Rodríguez Zapatero obviamente
encantado de haberse conocido a sí mismo, y de haber encontrado además en su
camino, colmo de la buena suerte, al PSOE andaluz y a su lideresa (“la fuerza
del PSOE y la fuerza para ganar la representan el PSOE de Andalucía y Susana Díaz”).
El acto en su conjunto tuvo un remoto parecido con el vuelo nupcial de la abeja
reina, arriba y arriba, rodeada por los zánganos de la colmena. Disculpen este
apunte de etología animal que no pretende en modo alguno ser peyorativo sino
tan solo señalar la parafernalia que rodeó el protagonismo exclusivo de una
Susana Díaz entregada a su sueño y “presentada”, más que acompañada, por el
último presidente socialista de la nación. El Ayer nostálgico y el Hoy
esplendoroso, explicado en apretada síntesis.
«Haremos un
congreso, pero no va a ser uno cualquiera. Va a ser muy importante porque tiene
que ser un punto de inflexión para ganar», advirtió Susana. Comparó al partido
con una gran nave, que en el congreso debe proveerse de todo lo necesario para
la travesía. «Ningún viento es bueno si no se sabe dónde lleva.»
Lo mismo podía
haberlo comparado con un bólido de carreras, y con la necesidad de repostarlo
con el combustible necesario para que llegue vencedor a la meta. Es la imagen
de la política como competición, que concluye con el éxito electoral, como los
cuentos de Maricastaña acababan inevitablemente con los invitados a las bodas comiendo
perdices. «El PSOE está fuerte, se ha levantado y está dispuesto a dar
respuesta.» Y la autocrítica se afina y se estiliza hasta desembocar en la
paradoja: «El mayor error del PSOE ha sido olvidar sus aciertos.»
Un recurso
retórico, apenas nada más. Más cierto es seguramente que el gran error del PSOE
ha sido olvidar sus propios errores, y recomenzar una y otra vez la misma
travesía hacia no se sabe dónde, invocando vientos favorables y con la bodega
vacía de las provisiones necesarias.
No es un error
exclusivo del PSOE, naturalmente. Es la característica particular de una forma
de hacer política atenta solo a la imagen, al perfil, y en la que el programa
es lo de menos porque se da por descontado que la gestión de las cosas, siguiendo
los carriles preestablecidos por las autoridades globales, va a ser
sustancialmente la misma gobierne quien gobierne.
Lo que apasiona a
la clase política, entonces, es la competición, y no el proyecto; el éxito
electoral, y no la gobernanza concreta que debe ser su consecuencia.
Nadie parece
percibir, en el seno del PSOE ni de otras opciones políticas alternativas, que
el hartazgo de la ciudadanía está adquiriendo dimensiones extravagantes y
peligrosas. Más allá de la condena formal de los populismos, nadie parece tener
la fórmula mágica para atajarlos.