domingo, 18 de diciembre de 2016

CHUPINAZO EN JAÉN


Susana Díaz ha anunciado en un mitin en Jaén, ante 3000 militantes y la plana mayor del gobierno de la autonomía andaluza, el chupinazo de partida de los festejos para regresar a los orígenes. La acompañaba en la ocasión un José Luis Rodríguez Zapatero obviamente encantado de haberse conocido a sí mismo, y de haber encontrado además en su camino, colmo de la buena suerte, al PSOE andaluz y a su lideresa (“la fuerza del PSOE y la fuerza para ganar la representan el PSOE de Andalucía y Susana Díaz”). El acto en su conjunto tuvo un remoto parecido con el vuelo nupcial de la abeja reina, arriba y arriba, rodeada por los zánganos de la colmena. Disculpen este apunte de etología animal que no pretende en modo alguno ser peyorativo sino tan solo señalar la parafernalia que rodeó el protagonismo exclusivo de una Susana Díaz entregada a su sueño y “presentada”, más que acompañada, por el último presidente socialista de la nación. El Ayer nostálgico y el Hoy esplendoroso, explicado en apretada síntesis.
«Haremos un congreso, pero no va a ser uno cualquiera. Va a ser muy importante porque tiene que ser un punto de inflexión para ganar», advirtió Susana. Comparó al partido con una gran nave, que en el congreso debe proveerse de todo lo necesario para la travesía. «Ningún viento es bueno si no se sabe dónde lleva.»
Lo mismo podía haberlo comparado con un bólido de carreras, y con la necesidad de repostarlo con el combustible necesario para que llegue vencedor a la meta. Es la imagen de la política como competición, que concluye con el éxito electoral, como los cuentos de Maricastaña acababan inevitablemente con los invitados a las bodas comiendo perdices. «El PSOE está fuerte, se ha levantado y está dispuesto a dar respuesta.» Y la autocrítica se afina y se estiliza hasta desembocar en la paradoja: «El mayor error del PSOE ha sido olvidar sus aciertos.»
Un recurso retórico, apenas nada más. Más cierto es seguramente que el gran error del PSOE ha sido olvidar sus propios errores, y recomenzar una y otra vez la misma travesía hacia no se sabe dónde, invocando vientos favorables y con la bodega vacía de las provisiones necesarias.
No es un error exclusivo del PSOE, naturalmente. Es la característica particular de una forma de hacer política atenta solo a la imagen, al perfil, y en la que el programa es lo de menos porque se da por descontado que la gestión de las cosas, siguiendo los carriles preestablecidos por las autoridades globales, va a ser sustancialmente la misma gobierne quien gobierne.
Lo que apasiona a la clase política, entonces, es la competición, y no el proyecto; el éxito electoral, y no la gobernanza concreta que debe ser su consecuencia.
Nadie parece percibir, en el seno del PSOE ni de otras opciones políticas alternativas, que el hartazgo de la ciudadanía está adquiriendo dimensiones extravagantes y peligrosas. Más allá de la condena formal de los populismos, nadie parece tener la fórmula mágica para atajarlos.