miércoles, 28 de diciembre de 2016

INOCENTES


El arte de hacer pagar a justos por pecadores ha sido una de las constantes de la estrategia política más sofisticada, en todos los tiempos. Se considera al tetrarca Herodes el Grande su inventor, pero se trata de un galardón dudoso; de hecho, la idea es tan lógica que cae por su propio peso, como la manzana de Newton. Hoy mismo, los ataques yihadistas con bomba o con camioneta en Bruselas, Niza o París, son puntualmente respondidos con bombardeos masivos en Raqqa o bien en Alepo. Son bombardeos “a la sanfasón”, como explica Camilleri que fue el célebre “bummardamento dei miricani” en Vigáta, el año 42, en un libro que empecé a leer anoche. O sea, para entendernos, el lanzamiento de los proyectiles explosivos no sigue un orden estricto inscrito en los protocolos de la guerra, sino que se ajusta al viejo principio de a quien Dios se la dé (la bomba, claro), San Pedro se la bendiga.
Retrocediendo en el tiempo, Simón de Montfort ordenó pasar a cuchillo a todos los cátaros después de tomar Béziers por asalto. Le preguntaron sus acólitos cómo podrían reconocer a los herejes en aquella multitud, puesto que todos parecían iguales. Su respuesta fue digna de Herodes, o para el caso de Hollande: “Matadlos a todos, Dios reconocerá a los suyos.”
Celebramos hoy el día de los Inocentes, y es el recuerdo más tierno, más delicado y a propósito de todo el santoral. Inocentes que cargan con las culpas de otros: inocentes de presupuestos deficitarios, de rescates bancarios, de reestructuraciones de sectores productivos, etcétera, sobre cuyas espaldas ya baqueteadas desde antes vienen a recaer las culpas nuevas de las alegrías y los despilfarros de tantos expertos, tantos ministros, tantas troikas como pasan por el mundo sin reproche, después de dejar «sus cuidados entre las azucenas olvidados», según se expresó con elocuencia, a propósito de otro asunto, San Juan de la Cruz.
Herodes, puesto ante diez mil infantes de uno de los cuales, pero a saber cuál en concreto, una información privilegiada le había dado noticia de que había de suplantarle llegado el tiempo oportuno en el trono de Galilea, consideró una medida prudente y enérgica ordenar la degollina de los diez mil. Mataba de ese modo dos pájaros de un tiro, como suele decirse: con aquella gente ruda y levantisca, si no los eliminaba ahora, lo más probable era que treinta años más tarde hubiera de colgarlos de diez mil cruces, cosa obviamente antieconómica; y de paso se ahorraba una pasta en trigo importado del delta del Nilo para el sustento de la población.
– Pero es una barbaridad matarlos a todos, Hero – debió de protestar, imagino, su señora a la hora del desayuno.
– Qué sabrás tú de alta política – replicaría el tetrarca de mal humor, ajustándose la toga.
No invento nada que no esté ocurriendo todos los días.