Acabamos el año
pasado repletos de expectativas: alboreaba el cambio, el bipartidismo hincaba
el pico, y el bonito juego de salón de la independencia catalana se había dotado
de una hoja de ruta impecable, gracias al paso a un lado de Artur Mas después
de aquella votación tan graciosa en una asamblea de la CUP; pero también había
perdido la mayoría virtual en los sondeos, ese 50% + 1 por el que suspira
Puigdemont. Éramos de un tiempo y de un país que ya eran un poco nuestros, como
había cantado Raimon mucho antes, quizás premonitoriamente.
Bueno, hoy estamos
igual que hace un año pero peor.
Rajoy sigue encabezando
un gobierno monocolor (y qué gobierno), el bipartidismo ha descubierto la forma
de sobrevivirse a sí mismo gracias a la pareja cómica Hernando & Hernando,
y la hoja de ruta catalana hacia la desconexión sigue presentando carta de
batalla, a pesar de que se parece al GPS del coche de mi cuñado en que llevamos
dadas siete vueltas a la misma rotonda.
En eso estamos
igual que antes, inmovilizados en el marasmo; estamos peor por la inercia
perdedora que hemos adquirido a lo largo de una elección repetida y fallida, y
porque aquellas grandes expectativas del pasado diciembre se han escurrido por
el desagüe. Nos encontramos inermes delante del mismo Rajoy puro y duro, que se
manifiesta decidido a agotar el período de la legislatura (¿alguien lo dudaba?
¿alguien cree haber conseguido ponerle incómodo en su poltrona?); de una Susana
Díaz en resistible ascensión dentro de las filas rectas y marciales de un PSOE “the
way we were”; de un Podemos en rectificación permanente, y de unas “ciudades
rebeldes” atrincheradas para detener la avalancha hostil de las derechas. Colau
sin presupuestos, y Carmena cuestionada por enésima vez, ahora mismo por intentar
aliviar la polución desbocada en la capital restringiendo el tráfico, y mañana por la cabalgata de los
reyes, sea la que sea.
Se anuncia que las
pensiones perderán poder adquisitivo; que los salarios no remontarán; que los
empleos crecerán indefinidamente sobre la base de contar como un empleo entero
cada cachito utilizado en una economía asilvestrada que no planifica jamás sus
objetivos. Y, sensacional noticia, ¡vuelve el ladrillo! Para completar el bucle
temporal, solo falta que los bancos vuelvan a emitir preferentes y a repartir tarjetas
black entre sus consejeros. Eso daría a 2017 el adecuado toque retro, o
vintage, que convertiría al país en el asombro, una vez más, del mundo, y
en trending topic en las redes sociales. Piel de Elefante Rajoy Brey puede muy
bien conseguir eso, incluso más.
Puestos a retroceder
en el tiempo, tal vez nos sea posible regresar al 15M de 2011. Los sindicatos
han hecho un primer amago de plante; va a hacer falta más madera en esa
guerra. Va a hacer falta que a la movida se sumen también tantas gentes que sienten
tirria por los sindicatos; y tantos movimientos sociales celosos de su
independencia insobornable; y tantos rebeldes para tantas causas distintas, hay
donde escoger.
Difícil, sin duda;
pero más nos va a resultar seguir oyendo mensajes navideños de la corona,
adormecedoras ruedas de prensa del señor Méndez de Vigo y promesas de creación
de miles de millones de empleos por parte de la señora Báñez, mientras el
Delenda anuncia una prolongación indefinida de sus vacaciones de invierno.
Habíamos acumulado
un impulso estimable, y lo hemos perdido. Hemos desperdiciado un año completo,
y no nos sobran. Que no se nos escurra 2017 por el mismo desagüe por el que se
ha echado a perder 2016.