miércoles, 1 de junio de 2016

MODELO EDUCATIVO Y MODELO ECONÓMICO


El dato que surge de la EPA del último trimestre de 2015 es que tenemos en España no solo un desempleo altísimo, sino además un empleo sobrecualificado. Es decir, una fuerza de trabajo preparada para rendir desde un punto de vista cualitativo bastante más que aquello para lo que es requerida por los dadores de trabajo.
El mercado ofrece una asimetría llamativa en este sentido. No solo sobra fuerza de trabajo así, en bruto, sino que sobra en particular fuerza de trabajo cualificada. Cada vez más jóvenes titulados emigran a otros países en busca de las oportunidades que no encuentran en casa. Hay un desfase muy acusado entre la oferta y la demanda, y algo debería hacerse para remediarlo, pero no está claro el qué.
Rectifico; algunos sí lo tienen claro. Un directivo de la Pimec ha sugerido la conveniencia de restringir el acceso a los estudios superiores y abrir en cambio las compuertas a los de grado medio y a la formación profesional. En una palabra, a suministrar “menos” educación para encaminar a los jóvenes al tipo de empleo que van a encontrar (si tienen suerte) cuando les llegue el momento del ingreso en el mundo laboral.
Puede parecer una idea tan exótica como la de que los fabricantes de zapatos reclamen de la población que se esfuerce en producir clientes que calcen tallas del 35 a 38 para favorecer la salida de stocks invendibles. Aun así, la sugerencia tendría algún sentido en el caso de que el país se proponga como meta consolidar una estructura productiva basada en una mano de obra semicualificada y de bajo coste; que acepte perder el tren de la innovación, y desdeñe el progreso en la línea de aquel Miguel de Unamuno que pedía «que inventen ellos».
Viene a ser un error extendido considerar que el capitalismo es solo uno, igual para todos; por el contrario, se trata de un sistema que funciona en distintos escalones, en cada uno de los cuales los procesos productivos complejos se imbrican unos en otros en la forma de cadenas de valor, de modo que los beneficios mayores se agrupan en un extremo, que ejerce una posición dominante y “externaliza” las partes del proceso más fatigosas y de menor valor hacia los tramos inferiores de la pirámide, a los que asigna su lugar preciso y forzoso en la producción mediante métodos compulsivos disfrazados de cláusulas contractuales libremente asumidas.
El cambio es siempre un elemento perturbador en un tipo de esquemas tan rígido; todo funciona según un orden rigurosamente establecido. Y la religión entendida como doctrina (como adoctrinamiento) cumple un papel fundamental en el establecimiento de ese orden inmutable que sitúa arriba a unos y a otros abajo, atribuyendo a los primeros los beneficios de la educación y a los segundos el bálsamo de la ignorancia.
Por eso, ha saltado a la palestra de nuevo, inasequible al desaliento, monseñor Cañizares, el defensor número uno de la España Cañí, para decirnos que la ideología de género (entiéndase, la pretensión de promover la igualdad entre hombres y mujeres) es «la más insidiosa y destructora de toda la historia de la humanidad». Carlos Arenas Posadas, en su inestimable obra histórica sobre el capitalismo andaluz, Poder, economía y sociedad en el sur (ed. Centro de Estudios Andaluces, 2015), explica cómo durante siglo y medio ha habido en Andalucía menos escuelas públicas de las que por ley eran asignadas (y financiadas por el estado) a cada población, y cómo la iglesia católica ha sido una colaboradora entusiasta en la tarea de educar de forma diferente a niños y niñas de las familias sin recursos: a ellos, para braceros y peones; a ellas, para las “labores propias de su sexo”.
Tal es en definitiva el “orden natural” que pretende perpetuar monseñor Cañí. Y para ello llama a los católicos a la desobediencia de las “leyes inicuas que pretenden imponernos”. Mi intuición me dice que no va a tener mucho éxito.