Por las briznas de
información que me van llegando sin yo buscarlas, me aproximo a la conclusión
provisional de que las diferencias perceptibles entre el voto del 20D y el del
26J obedecen a dos movimientos simultáneos pero sin ninguna – o con muy escasa –
relación entre ellos. Por el costado derecho del electorado, ha funcionado el
cerrojo del miedo. Miedo, fundamentalmente, a las posibles consecuencias del
Brexit y a la necesidad de un paraguas europeo lo más amplio y eficaz posible. Así,
el movimiento desde el PP hacia Ciudadanos perceptible en diciembre por parte
de un electorado conservador cansado de vacas sagradas y sentencias gallegas, ha
efectuado un repliegue retráctil en la dirección opuesta a pesar de las
evidencias cada vez más numerosas de corrupción y prevaricación generalizada.
El PP se ve así confirmado de rebote, pero su “ventana” de oportunidad es muy
estrecha y con fecha de caducidad temprana.
En el territorio de
la izquierda, han funcionado los puentes levadizos. Los socialistas no toleran
injerencias por su izquierda, ese era un elemento más o menos enmascarado en
diciembre pero desde entonces se ha exhibido con toda su crudeza. Han sido penalizados por ello. Y han
funcionado asimismo los puentes en el electorado de Unidos Podemos. No es que
la unión no haya sumado, es que ha perdido un millón de votos, más de la mitad de
los cuales entre Andalucía y la Comunidad de Madrid, aunque el mal se ha
extendido, en proporciones menores, a otros acimuts.
¿Qué decir ante
semejante constatación? Que la izquierda ha perdido por completo la perspectiva
de la batalla. Con los índices existentes de desempleo y de subempleo, con el
umbral de la pobreza rampando por la pirámide demográfica, con una juventud sin
futuro y una niñez hambrienta, con la educación y la sanidad en alerta roja y
desprovistas de recursos, con la amenaza de nuevos ajustes a las reformas
laborales… Con todo ese panorama, los «exiliados de lo real, los duros, metidos
para siempre en su campana de pura sílice», han decidido que jamás pertenecerán
a un club que tiene la impertinencia de admitirlos como socios. Algunos están
publicando su “experiencia ética” en las redes sociales; síntoma de que se
sienten orgullosos de sí mismos.
Nota final.-
Quienes no sepan a qué me refiero al hablar contra los puentes levadizos,
pueden consultar a través de Google el poema del mismo título de Mario
Benedetti, al que corresponden las palabras entrecomilladas en el párrafo
anterior. Es un poema para ser leído despacio. No me resisto a copiar un par de
estrofas que explican de manera meridianamente clara el intríngulis del asunto:
«Que
entren la rabia y su ademán oscuro
que entren el mal y el bien
y lo que media
entre uno y otro
o sea
la verdad ese péndulo
que entre el incendio con o sin la lluvia
y las mujeres con o sin historia
que entre el trabajo y sobre todo el ocio
ese derecho al sueño
ese arco iris
que baje el puente y que se quede bajo
que entren los perros
los hijos de perra
las comadronas los sepultureros
los ángeles si hubiera
y si no hay
que entre la luna con su niño frío
que baje el puente y que se quede bajo.»
que entren el mal y el bien
y lo que media
entre uno y otro
o sea
la verdad ese péndulo
que entre el incendio con o sin la lluvia
y las mujeres con o sin historia
que entre el trabajo y sobre todo el ocio
ese derecho al sueño
ese arco iris
que baje el puente y que se quede bajo
que entren los perros
los hijos de perra
las comadronas los sepultureros
los ángeles si hubiera
y si no hay
que entre la luna con su niño frío
que baje el puente y que se quede bajo.»