lunes, 6 de junio de 2016

GEOGRAFÍA DEL RESPETO


No es mi intención discutir la afirmación del abogado del Estado don Mario Maza de que Leo Messi se ha comportado «como el capo de una estructura mafiosa». Sus razones tendrá para decirlo. Me maravilla, sin embargo, que habiendo a mano tantos presuntos capos de estructuras criminales en el país, haya ido a detenerse en el caso de Messi, y no, por ejemplo, en lo sucedido en fechas recientes al partido del Gobierno (imputado en por lo menos una trama criminal de corrupción, y andando el tiempo seguramente en otras muchas ahora sometidas a secreto sumarial, o aún por descubrir) y a la misma Casa Real, en la que una representante conspicua de la línea de sucesión al trono adoptó la misma posición que Leo, «yo de estas cosas no entiendo», en relación con tejemanejes de mucho mayor calado en los que también andaba por medio su firma. Sin olvidar las revelaciones de las listas offshore panameñas, y otras hierbas de la misma subespecie.
Lo asombroso entonces de la declaración de don Mario Maza no son sus palabras en sí mismas, sino su irrupción en un momento procesal en que la fiscalía defendía la absolución del futbolista, manteniendo los cargos presentados contra su padre y los asesores que montaron la técnica del tinglado de los contratos de imagen. Es asombroso porque nos encontramos en un país de presuntos inocentes, en el que los prohombres ponen invariablemente la mano en el fuego por los implicados y mandan mensajes de «sé fuerte» a aquellos que empiezan a desplomarse, siempre a cámara lenta, de sus pedestales. La asociación para delinquir es el juego de moda en la clase política, en la jerarquía eclesiástica, en la nobleza de alcurnia y en el empresariado de este país, y nadie, mucho menos que nadie un abogado del Estado, les dedica una palabra más alta que otra. Todos los epítetos fuertes emitidos por la gente de orden (nazifascistas, asesinos, torturadores, abortistas, venezolanos, putas, hideputas, sinsostenistas, maricones, antidemócratas) van dirigidos, unas veces a bocajarro y otras por elevación, contra lo que está enfrente, los “otros” en un sentido ontológico.
Extraña entonces que el club exclusivo de los privilegiados repudie de su seno a un rico constatado como Leo Messi. ¿Qué razones puede haber para adjudicarle un calificativo que con tanto esmero se evita en el caso de los “nuestros”, siguiendo el conocido aforismo de «a nadie le jié su peo»?
Una hipótesis, tan aventurada que en modo alguno me atrevo a sustentarla, sería la de que en este caso existen razones 1) geográficas y 2) deportivas, que excluyen al astro mundial del balompìé de toda posibilidad de acceder al club exclusivo de los protegidos por el respeto social al uso. Sería un caso parecido al de Gerard Piqué, a quien ni se respeta en la grada ni se protege en los despachos, ni siquiera cuando viste la camiseta roja de la selección española.
Rechazada de entrada y sin más tal hipótesis abiertamente subversiva, será cuestión de buscar las razones de la anomalía en otro lado.