No es mi intención
discutir la afirmación del abogado del Estado don Mario Maza de que Leo Messi
se ha comportado «como el capo de una estructura mafiosa». Sus razones tendrá
para decirlo. Me maravilla, sin embargo, que habiendo a mano tantos presuntos capos
de estructuras criminales en el país, haya ido a detenerse en el caso de Messi,
y no, por ejemplo, en lo sucedido en fechas recientes al partido del Gobierno
(imputado en por lo menos una trama criminal de corrupción, y andando el tiempo
seguramente en otras muchas ahora sometidas a secreto sumarial, o aún por
descubrir) y a la misma Casa Real, en la que una representante conspicua de la
línea de sucesión al trono adoptó la misma posición que Leo, «yo de estas cosas
no entiendo», en relación con tejemanejes de mucho mayor calado en los que
también andaba por medio su firma. Sin olvidar las revelaciones de las listas offshore panameñas, y otras hierbas de
la misma subespecie.
Lo asombroso entonces
de la declaración de don Mario Maza no son sus palabras en sí mismas, sino su
irrupción en un momento procesal en que la fiscalía defendía la absolución del
futbolista, manteniendo los cargos presentados contra su padre y los asesores
que montaron la técnica del tinglado de los contratos de imagen. Es asombroso
porque nos encontramos en un país de presuntos inocentes, en el que los
prohombres ponen invariablemente la mano en el fuego por los implicados y mandan mensajes de
«sé fuerte» a aquellos que empiezan a desplomarse, siempre a cámara lenta, de sus
pedestales. La asociación para delinquir es el juego de moda en la clase política,
en la jerarquía eclesiástica, en la nobleza de alcurnia y en el empresariado de
este país, y nadie, mucho menos que nadie un abogado del Estado, les dedica una
palabra más alta que otra. Todos los epítetos fuertes emitidos por la gente de
orden (nazifascistas, asesinos, torturadores, abortistas, venezolanos, putas, hideputas,
sinsostenistas, maricones, antidemócratas) van dirigidos, unas veces a
bocajarro y otras por elevación, contra lo que está enfrente, los “otros” en un
sentido ontológico.
Extraña entonces
que el club exclusivo de los privilegiados repudie de su seno a un rico
constatado como Leo Messi. ¿Qué razones puede haber para adjudicarle un
calificativo que con tanto esmero se evita en el caso de los “nuestros”,
siguiendo el conocido aforismo de «a nadie le jié su peo»?
Una hipótesis, tan aventurada
que en modo alguno me atrevo a sustentarla, sería la de que en este caso existen
razones 1) geográficas y 2) deportivas, que excluyen al astro mundial del balompìé
de toda posibilidad de acceder al club exclusivo de los protegidos por el
respeto social al uso. Sería un caso parecido al de Gerard Piqué, a quien ni se respeta en la grada ni se protege en los despachos, ni siquiera cuando viste la camiseta roja de la selección española.
Rechazada de
entrada y sin más tal hipótesis abiertamente subversiva, será cuestión de
buscar las razones de la anomalía en otro lado.