jueves, 9 de junio de 2016

PARA EL GATO


Mi madre habría dicho de los fallidos presupuestos de la Generalitat que son buenos para el gato. Se supone que la referencia alude al hecho de que a los gatos se les dan las sobras de la comida; en el caso de mi madre una suposición tal era puramente teórica, porque jamás tuvo ni en su casa ni en la de sus padres un mamífero de compañía; ni gatos ni perros, únicamente transigió con los canarios y periquitos que traían a casa sus hijas.
Los presupuestos de la Generalitat de Catalunya han sido rechazados por toda la oposición: tirios y troyanos, creyentes y escépticos, unionistas y decisionistas. Incluso las CUP, partidas entre sus dos almas, la independentista y la social, y previamente comprometidas con la ponencia gobernante a un “pacto de estabilidad”, se han inclinado en asamblea por la opción de rechazarlos y romper el pacto, “por responsabilidad”.
Para el gato.
El conseller de Economía señor Junqueras ha alabado su propio trabajo desde la afirmación rotunda de que son “los presupuestos más sociales de los últimos años”. No miente, desde todos los parámetros cabe afirmar que es así. Ocurre, sin embargo, que el listón estaba muy bajo, que los presupuestos presentados por los grandes conducatores de la república virtual catalana, señores Mas y Mas-Colell, en ocasiones anteriores, eran presupuestos liberales, elitistas, privatistas, antisociales en la onda más exquisita de Harvard y el Banco Mundial. Incluso el gato les habría hecho ascos.
Por eso, el valor de la afirmación indiscutible de Junqueras es escaso. Se trataba en esta ocasión de hacer propósito de enmienda, de recuperar puntos perdidos y valores arrumbados, en lugar de seguir dando vigorosos pasos adelante por el precipicio. Y Junqueras se ha limitado a una breve pausa en la caída, apenas nada más. Se ha dado un banquete, y nos ha servido las sobras.
Para el gato.
La ocasión más célebre, en el recuerdo de los hermanos, en que mamá se sirvió de su locución favorita para expresar un desprecio soberano, debió de ser por los primeros años cincuenta, después de una velada pasada en el cine. De vuelta a casa, mi padre expresó su admiración sin límites por Elvira Quintillá: qué simpática, qué buena actriz, qué natural, y además guapísima.
– Para el gato – declaró mi madre, sombría.
– Pero cómo para el gato, qué gato, Fina, ¿es que no te parece guapa?
Y Fina dejó para la posteridad la siguiente sentencia sumarísima:
– No lo es tanto como ella se cree, y además es culibaja.