Mi madre habría
dicho de los fallidos presupuestos de la Generalitat que son buenos para el
gato. Se supone que la referencia alude al hecho de que a los gatos se les dan
las sobras de la comida; en el caso de mi madre una suposición tal era
puramente teórica, porque jamás tuvo ni en su casa ni en la de sus padres un mamífero
de compañía; ni gatos ni perros, únicamente transigió con los canarios y
periquitos que traían a casa sus hijas.
Los presupuestos de
la Generalitat de Catalunya han sido rechazados por toda la oposición: tirios y
troyanos, creyentes y escépticos, unionistas y decisionistas. Incluso las CUP,
partidas entre sus dos almas, la independentista y la social, y previamente comprometidas
con la ponencia gobernante a un “pacto de estabilidad”, se han inclinado en
asamblea por la opción de rechazarlos y romper el pacto, “por responsabilidad”.
Para el gato.
El conseller de
Economía señor Junqueras ha alabado su propio trabajo desde la afirmación
rotunda de que son “los presupuestos más sociales de los últimos años”. No
miente, desde todos los parámetros cabe afirmar que es así. Ocurre, sin
embargo, que el listón estaba muy bajo, que los presupuestos presentados por los
grandes conducatores de la república virtual catalana, señores Mas y Mas-Colell,
en ocasiones anteriores, eran presupuestos liberales, elitistas, privatistas,
antisociales en la onda más exquisita de Harvard y el Banco Mundial. Incluso el
gato les habría hecho ascos.
Por eso, el valor
de la afirmación indiscutible de Junqueras es escaso. Se trataba en esta
ocasión de hacer propósito de enmienda, de recuperar puntos perdidos y valores arrumbados,
en lugar de seguir dando vigorosos pasos adelante por el precipicio. Y
Junqueras se ha limitado a una breve pausa en la caída, apenas nada más. Se ha
dado un banquete, y nos ha servido las sobras.
Para el gato.
La ocasión más
célebre, en el recuerdo de los hermanos, en que mamá se sirvió de su locución
favorita para expresar un desprecio soberano, debió de ser por los primeros
años cincuenta, después de una velada pasada en el cine. De vuelta a casa, mi
padre expresó su admiración sin límites por Elvira Quintillá: qué simpática,
qué buena actriz, qué natural, y además guapísima.
– Para el gato – declaró
mi madre, sombría.
– Pero cómo para el
gato, qué gato, Fina, ¿es que no te parece guapa?
Y Fina dejó para la
posteridad la siguiente sentencia sumarísima:
– No lo es tanto
como ella se cree, y además es culibaja.